Un niño de unos ocho años es el único superviviente de un ataque indio a la caravana en la que viajaba. Criado por los indios, años después deberá decidir si -una vez roto el tratado de paz con la Caballería- lucha por el pueblo que le ha adoptado y formado o por sus hermanos blancos que lo vieron nacer.
George Marshall, notable director de comedias, dirige con acierto este western protagonizado de manera brillante por Charlton Heston. La historia cuenta con los ingredientes típicos del género a los que se añade el tortuoso conflicto psicológico del personaje que interpreta Heston. Y he aquí el acierto principal de la cinta: Marshall no toma partido por nadie. No hay buenos ni malos. Hay hombres que luchan y defienden sus intereses y hombrecillos cobardes y asustadizos. Pero en los dos bandos. Por eso el protagonista lo tiene tan difícil; por eso no toma una solución drástica. Está en continuo aprendizaje. En continuo aprendizaje del ser humano. La ambivalencia a la que es sometido, finalmente le hace más fuerte, más sabio. Quizás ya nadie se fie más de él. Da lo mismo. Él sabe cosas que otros nunca sabrán.