El cine de Verbinsky (Tennessee / 1964), suele se un derroche visual barroco generalmente disfrutable muy por encima de unos guiones para olvidar, en los que a veces mete mano el propio Verbinsky.

Aquí se ha gastado 40 millones en evocar el cine de terror y suspense (más esto último) gótico y se ha despachado a gusto con casi dos horas y media a mayor lucimiento del departamento artístico y movimientos de cámara para sufrimiento de los traseros de los espectadores.

Hay que reconocerle que consigue hipnotizarnos y mantener el suspense en más de una hora, hasta que como en las películas clásicas del género todo empieza a derrumbarse y uno no tiene más remedio que acudir al consabido refrán de “para este viaje no hacían falta alforjas”. Por otro lado y curiosamente Jason Isaac (excelente actor) parece intercambiar el carisma con el prota, un Dane DeHaan que por mucha entrega que ponga, apenas sonríe se le pone cara del Jocker.

El castillo de Hohenzollern en Hechingen, Alemania, es una gozada, así como las reconstrucciones del sanatorio en Beelitz-Heilstäten y la construcción de la gruta, todo un alarde técnico al servicio de la atmósfera, auténtica protagonista de la cinta.

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