La crítica decía: Buenos actores. Obra maestra. Audiard bla, bla, bla. Un western maravilloso. Adjetivos de esos molones como nostálgico, sereno, ¿crespuscular? Seguro que ese también... Todo eso lo leí antes de ir a verla. Porque, oye, yo me suelo fiar de estos ranking (a partir de hoy tengo que recordar que un poco menos). E iba bien dispuesto. De verdad que iba bien dispuesto. Pero qué tostón. Pese a los buenos actores (porque John C. Reilly y Jack Gyllenhaal a mí me suelen gustar. Cómodo Phoenix no mucho -aquí tampoco-) Lo mejor, la ambientación (llamadlo dirección artística que queda mucho más profesional), que sí está bien. Pero en cuanto empiezan a hablar, con diálogos que pretenden mostrar que a la vez son vaqueros, matones, filósofos y poetas, llenos de sentimientos, para no llegar nunca a ningún sitio... el sopor empieza a invadirte. Y dura ¡121 minutos! Pero oye, como si fuera Titanic, de verdad, a mí se me hizo eterna mientras avanzábamos hacia el inevitable hundimiento, que a partir de cierto momento ya se vio insalvable.
Yo la verdad es que respeto las críticas profesionales -todas la ponen por las nubes- y las de aficionados, que la verdad, en este caso es que también son altas. Así que esta mi pequeña contribución disidente es en honor de la pareja sentada a mi lado en el cine, que comentaban "a ver si acaba", del amigo con el que fui, que echó una siesta notable. Y de los dos adolescentes que salían de la sala detrás de nosotros, comentando, "Vaya rollo".