Aunque al final da la impresión de que todo tiene que terminar al servicio del espectador, estamos ante una revisión del clásico de ‘El hombre invisible’ muy original. Un grupo de científicos descubre la fórmula química que vuelve invisible a los animales y, el siguiente paso, es probarlo en humanos. Con tan simple argumento en manos de otro habría sido una película muy del montón, habría pasado desapercibida pero, en cambio, el proyecto en manos de Verhoeven, especialista en añadir tensión sexual al asunto, se convierte en una vuelta de tuerca al voyeurismo.

Porque me queda claro que al director lo que más le interesa es ver cómo se comportaría el pervertido Sebastian Caine (esforzadísimo Bacon al que NUNCA se le ha valorado lo suficiente) si pudiese salir a la calle y aprovecharse de su “don”. ¿Por qué no espiar a la ex novia o hacer una visita a la vecina? El cambio que va experimentando, poco a poco, el protagonista de la historia (de idiota pasa a ser villano sin escrúpulos) es la parte más interesante de la cinta, con ese triángulo amoroso por medio (bien Elisabeth Shue y Josh Brolin).

A partir de ahí, los revolucionarios efectos especiales dan otro plus a la película, convirtiendo el espectáculo en algo diferente. Es curioso cómo ha llovido la friolera de veinte años y la transformación sigue aguantando el peso del tiempo. Si a eso le sumamos la potente campaña de marketing (¿Piensas que estás solo? Piénsalo otra vez) alguna frase de guión inspirada (el chiste de Wonder Woman y el hombre invisible… Es increíble lo que puedes hacer cuando no tienes que mirarte más en el espejo) hacen de la película un blockbuster de primera calidad que encandiló al público. Y, aunque su parte final es manida y muy previsible, la verdad es que el revisionado resulta entretenido.

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