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Voto de Filiûs de Fructüs:
8
8.2
9,272
Drama
Abril de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Fontaine, un joven de 27 años miembro de la Resistencia francesa, que lucha contra la ocupación nazi, es arrestado por la Gestapo para ser interrogado. Fontaine sospecha que va a ser ejecutado y empieza a planear su fuga. (FILMAFFINITY)
19 de mayo de 2010
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya nos avisa Bresson al iniciar su película: ''Esta es una historia sencilla, sin ornamentos y así os la voy a explicar". 'Un condenado a muerte se ha escapado' era el quinto largometraje de Robert Bresson, un cineasta poco prolífico pero con una filmografía interesante tanto en sus pretensiones como en sus resultados -tres años más tarde dirigiría la también excelentemente acogida 'Pickpocket'-. El resultado de éste quinto film no podía ser más esperanzador para cualquiera que le siguiera los pasos. Como ya he comentado la trama peca de simplista, el título puede definir perfectamente una sinopsis más bien escueta, además de decirle al espectador lo más explícitamente posible lo que va a pasar. ¿Entonces que emoción tiene una película de la cual ya sabes el final? La respuesta a esta pregunta es lo que hace a 'Un condenado...' una propuesta tan brillante y recomendable.
Lo que hace tan maravillosa esta película es el mundo que crea Bresson, en dónde los sonidos no son simplemente mero artificio sino que son parte importante -por no decir imprescindible- del entramado. La sutilidad de Bresson es escalofriante y su manejo de la cámara es sobrio, nos muestra lo que nos debe mostrar y nos sugiere lo que debe sugerir. Bresson convierte a la mínima expresión de la acción en un complejo entramado de acciones tremendamente tensas. Y todo, con el buen hacer de su actor principal, Leterrier, que interpreta al preso Fontaine y, especialmente, a sus habilidosas manos, con las que, fruto de un gran esfuerzo, de una tremenda paciencia y de los designios azarosos y afortunados de la cotidiana y monótona existencia de la prisión, logra al fin su gran objetivo, la preciada libertad. Pero por el camino dejará algunos buenos amigos, algunos con la mala fortuna de acabar con los ojos vendados ante un paredón, otros, simplemente, esperando su hora sin ninguna meta a alcanzar.
A Bresson no le hace falta abusar del diálogo, se basa en su propia inteligencia para remodelar las vivencias de André Devigny -el verdadero Fontaine- y formar sólidas relaciones interpersonales entre individuos parcos en palabras -como el vejete que está en la celda contigua de Fontaine al cambiarle al segundo piso-. La mayor parte del tiempo, eso sí, la pasamos junto al protagonista, en silencio, quejándonos del reducido tamaño de la celda dónde Bresson nos tiene presos, encerrados entre cuatro paredes que parece que con el tiempo se van estrechando, enfrentados a una sensación de angustia creciente para ver cómo acabará todo. Un silencio poético sería una buena definición de esos momentos. Pero como ya he dicho, lo verdaderamente importante son los pequeños detalles, los sonidos que oímos fuera de la celda, de vez en cuando disparos aislados que acaban con vidas cansadas, pasos que nos indican de la proximidad de la autoridad y el consiguiente peligro que ella conlleva, ruidos del óxido en movimiento de algún posible quebradero de cabeza, etc.
Lo que hace tan maravillosa esta película es el mundo que crea Bresson, en dónde los sonidos no son simplemente mero artificio sino que son parte importante -por no decir imprescindible- del entramado. La sutilidad de Bresson es escalofriante y su manejo de la cámara es sobrio, nos muestra lo que nos debe mostrar y nos sugiere lo que debe sugerir. Bresson convierte a la mínima expresión de la acción en un complejo entramado de acciones tremendamente tensas. Y todo, con el buen hacer de su actor principal, Leterrier, que interpreta al preso Fontaine y, especialmente, a sus habilidosas manos, con las que, fruto de un gran esfuerzo, de una tremenda paciencia y de los designios azarosos y afortunados de la cotidiana y monótona existencia de la prisión, logra al fin su gran objetivo, la preciada libertad. Pero por el camino dejará algunos buenos amigos, algunos con la mala fortuna de acabar con los ojos vendados ante un paredón, otros, simplemente, esperando su hora sin ninguna meta a alcanzar.
A Bresson no le hace falta abusar del diálogo, se basa en su propia inteligencia para remodelar las vivencias de André Devigny -el verdadero Fontaine- y formar sólidas relaciones interpersonales entre individuos parcos en palabras -como el vejete que está en la celda contigua de Fontaine al cambiarle al segundo piso-. La mayor parte del tiempo, eso sí, la pasamos junto al protagonista, en silencio, quejándonos del reducido tamaño de la celda dónde Bresson nos tiene presos, encerrados entre cuatro paredes que parece que con el tiempo se van estrechando, enfrentados a una sensación de angustia creciente para ver cómo acabará todo. Un silencio poético sería una buena definición de esos momentos. Pero como ya he dicho, lo verdaderamente importante son los pequeños detalles, los sonidos que oímos fuera de la celda, de vez en cuando disparos aislados que acaban con vidas cansadas, pasos que nos indican de la proximidad de la autoridad y el consiguiente peligro que ella conlleva, ruidos del óxido en movimiento de algún posible quebradero de cabeza, etc.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Ya agonizando la película, un compañero irrumpe en la celda de Fontaine. Los otros sujetos creen o afirman que ése muchacho es un espía, en el intento del personal carcelario de cazar a algún desprevenido que hable más de la cuenta. Todo esto no hace más que complicar las cosas para Fontaine, le queda poco tiempo y debe huir, ya sea con su compañero de celda o sin él. ¿Debe fiarse de su nueva compañía y contarle los entresijos de su plan de huida o no debe hacerlo y ha de matarlo para que no eche su plan por el desagüe? Es tan joven...cuenta una historia tan desdichada...Finalmente, y fiándose del compañero de celda, decide huir y verá que su compañía es del todo necesaria para llevar a buen puerto el plan establecido. Una vez fuera, con el viento en su cabellera, el aroma de la libertad y de una nueva vida recorre sus agudos sentidos...