Julieta deja poso, viene con dosis extras de madurez y con ganas de no irse demasiado rápido de la retina del espectador, o mejor, de su corazón. No hay grandes planos, ni los divertimentos a los que tan bien acostumbrados nos tiene su creador, en cambio, con discreción y paso calmado, va calando, va calando y empapa, como la lluvia gallega, la de antes, que ahora ya ni la lluvia es la que era.
Julieta es como el mapa de las edades… Hoy, hace 10 años, o dentro de 20. Edades que vienen y van y se confunden en personajes que no son el mismo pero que comparten el drama de crecer, el del abandono, de la pérdida, de no ser hija perfecta y de no ser suficiente buena madre. Dramas de nuestra generación.
¿Crecer siempre es envejecer? No, no siempre. En esta película Almodóvar crece, no lo otro, lo que no queremos ni oir. Y crecen sus personajes, cuando deciden asumir la vida y la muerte. Y se quedan con nosotros.
Grande Emma Suárez, elegante y sincera. Bellísima Adriana Ugarte, en el por dentro y el por fuera…y delicado el camino de la una a la otra… la imagen de la película.
Tal vez sobren minutos de soledad y vagabundeo, y sí, se echa de menos una válvula de escape, un guiño, una aventura que nos recuerde que todo vale en el cine de Almodóvar. Nos volvemos a casa sin ese regalo pero con una película de la que hablar y quién sabe si incluso volver a ver.