Intrigante, adrenalítica, dramática... así es la segunda entrega de la quinta temporada de Black Mirror.
Andrew Scott hace una interpretación brillante en esta hora escasa de espectacular televisión (bueno... ¿podemos seguir llamando televisión a las series que se emiten exclusivamente por Internet?) que combina entretenimiento con una tensión muy conseguida y una puesta en escena muy potente.
Mención especial para esos segundo finales, intercalados con los créditos, y la crítica brutal que hacen de nustra dependencia del teléfono, hasta límites insospechados y de los que, desgraciadamente, no nos damos cuenta, quizás hasta que es demasiado tarde.
Excelente.