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Voto de Talibán:
8
7.2
59
Drama
La historia del film plantea un triángulo amoroso. Octavia, su marido Albrecht y "la otra", Aels. Albrecht está enamorado de las dos, pero renuncia a Aels por seguir fiel a su esposa. Ello no impide que salga todas las tardes a cabalgar junto a Aels, lo que Octavia tolera. Aels cae enferma de tifus, y Albrecht todas las tardes pasa sobre su caballo por delante de la casa de Aels. Un dia Albrecht enferma y Octavia, haciéndose pasar por ... [+]
20 de julio de 2012
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Albretch Froben vuelve a su ciudad natal Hamburgo tras un largo viaje de negocios que le ha conducido por todo el mundo, desde África hasta Japón. Enseguida sabemos –por su talante, por su vitalidad, por su juventud espiritual- que los negocios han sido una excusa y que trae dos pequeños ídolos de su voluntaria odisea: una guerrera japonesa del siglo XVI y una Kwannon o deidad budista de la misericordia. El triángulo sentimental que esta escena anticipa –la guerrera y la diosa que disputarán el amor de Albretch- es en realidad un triángulo moral que apenas puede esconder su trasfondo fetichista. Las dos mujeres de “Opfergang”, Olivia y Als.
Olivia es la diosa de hielo, predestinada para ser su esposa, la hembra perfecta y sin aristas en el ideario convencional de los hombres. Als es la princesa solar, la guerrera hecha de tierra y fuego, enferma de vida.
Una escena espléndida situada en el caserón de Olivia delimita el conflicto en el que se moverá Albretch. Allí, los parientes de su prometida se reúnen a la luz de las velas para escuchar nocturnos de Chopin y leer a Nietzsche. Resuenan los versos del Ditirambo Dionisíaco:
El sol se hunde.
La superficie del agua
está dorada.
¡Pero el sol no se está hundiendo!, exclama Albretch mientras abre las contraventanas, es Domingo por la mañana y el sol está arriba. “Sonntag”, el día del sol, el día que conocerá a Als.
Olivia es la diosa de hielo, predestinada para ser su esposa, la hembra perfecta y sin aristas en el ideario convencional de los hombres. Als es la princesa solar, la guerrera hecha de tierra y fuego, enferma de vida.
Una escena espléndida situada en el caserón de Olivia delimita el conflicto en el que se moverá Albretch. Allí, los parientes de su prometida se reúnen a la luz de las velas para escuchar nocturnos de Chopin y leer a Nietzsche. Resuenan los versos del Ditirambo Dionisíaco:
El sol se hunde.
La superficie del agua
está dorada.
¡Pero el sol no se está hundiendo!, exclama Albretch mientras abre las contraventanas, es Domingo por la mañana y el sol está arriba. “Sonntag”, el día del sol, el día que conocerá a Als.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Lo primero que llama la atención de esta película alemana rodada en el verano de 1942 es la ausencia absoluta de contexto temporal. No hay referencia a la guerra, ni tan siquiera a la preguerra, los personajes aman, sufren, hablan de países extranjeros, hablan de las convenciones sociales, como si el mundo exterior no estuviera en llamas.
En esa idea, se desarrolla un primer nivel de melodrama doméstico, que sitúa su éxito en la intensidad dramática. Se dicen cosas como:
“Al morir quiero que mis cenizas se arrojen al mar, así cuando las olas batan en tus pies sabrás que soy yo”. Es hermoso o ridículo, según el estado de ánimo que el drama consiga insuflarnos. Sólo en la última parte intentará adueñarse de la función el folletín, pero no lo bastante para hacer tambalear el conjunto.
Un segundo aspecto, más visual, se desliza inmediatamente para elevar “Opfergang”: La fuerza iconográfica de los objetos corrientes y de los espacios comunes, tan típica de los buenos melodramas. Veit Harlan ofrece planos de detalle de flores, de relojes, de antifaces, de las piezas esenciales para la representación. A la vez, concede el necesario simbolismo dramático a las estancias y los exteriores. Es imposible no rendirse ante el maravilloso Agfacolor que explota en la gran secuencia del baile de máscaras, en donde –como dice el maestro de ceremonias, una breve pero genial intervención de Ludwig Schmitz - lo corriente y común es suplantado por lo extraordinario.
Otra imagen magnífica que recorre el arcoíris –“la puerta al otro mundo”- hasta morir en el faro
costero –“las cigüeñas chocan y mueren creyendo que es el sol”- hace pensar en Werner Herzog por su franca y limpia captura de la naturaleza.
Existe un tercer plano, un inusual rango mítico en “Opfergang” que la hace distinta de cualquier película que haya visto, debido a la naturalidad con que se ensambla al resto de los elementos.
Es especialmente relevante en el personaje de Als, ser de belleza anfibia, una divinidad mortal con el signo de la bastardía, como todos los héroes. Es una sirena en su revelación al protagonista, después es Artemisa cazadora en pleno combate por su amor, es la diosa nórdica Sol, que huye eternamente de la jauría en la ilusión de escapar del tiempo, cuando todo está perdido. Finalmente, retornará al mar, agonía que concluye con una imagen insólita, de belleza abrumadora, paralizante.
El sol se hunde.
La superficie del agua
está dorada.
Sobre la blancura de los mares
se extiende tu purpúreo amor,
tu última felicidad tardía.
En esa idea, se desarrolla un primer nivel de melodrama doméstico, que sitúa su éxito en la intensidad dramática. Se dicen cosas como:
“Al morir quiero que mis cenizas se arrojen al mar, así cuando las olas batan en tus pies sabrás que soy yo”. Es hermoso o ridículo, según el estado de ánimo que el drama consiga insuflarnos. Sólo en la última parte intentará adueñarse de la función el folletín, pero no lo bastante para hacer tambalear el conjunto.
Un segundo aspecto, más visual, se desliza inmediatamente para elevar “Opfergang”: La fuerza iconográfica de los objetos corrientes y de los espacios comunes, tan típica de los buenos melodramas. Veit Harlan ofrece planos de detalle de flores, de relojes, de antifaces, de las piezas esenciales para la representación. A la vez, concede el necesario simbolismo dramático a las estancias y los exteriores. Es imposible no rendirse ante el maravilloso Agfacolor que explota en la gran secuencia del baile de máscaras, en donde –como dice el maestro de ceremonias, una breve pero genial intervención de Ludwig Schmitz - lo corriente y común es suplantado por lo extraordinario.
Otra imagen magnífica que recorre el arcoíris –“la puerta al otro mundo”- hasta morir en el faro
costero –“las cigüeñas chocan y mueren creyendo que es el sol”- hace pensar en Werner Herzog por su franca y limpia captura de la naturaleza.
Existe un tercer plano, un inusual rango mítico en “Opfergang” que la hace distinta de cualquier película que haya visto, debido a la naturalidad con que se ensambla al resto de los elementos.
Es especialmente relevante en el personaje de Als, ser de belleza anfibia, una divinidad mortal con el signo de la bastardía, como todos los héroes. Es una sirena en su revelación al protagonista, después es Artemisa cazadora en pleno combate por su amor, es la diosa nórdica Sol, que huye eternamente de la jauría en la ilusión de escapar del tiempo, cuando todo está perdido. Finalmente, retornará al mar, agonía que concluye con una imagen insólita, de belleza abrumadora, paralizante.
El sol se hunde.
La superficie del agua
está dorada.
Sobre la blancura de los mares
se extiende tu purpúreo amor,
tu última felicidad tardía.