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Voto de Chris Jiménez:
10
7.3
50,807
Ciencia ficción. Terror. Fantástico
En una estación experimental remota de la Antártida, un equipo de científicos de investigación estadounidenses ven cómo en su campamento base un helicóptero noruego dispara contra un perro de trineo. Cuando acogen al perro, éste ataca brutalmente tanto a los seres humanos como a los caninos del campamento, y descubren que la bestia, de origen desconocido, puede asumir la forma de sus víctimas... (FILMAFFINITY)
6 de marzo de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una serie de planos sencillos, la mayoría tras una verja para ofrecer un claro distanciamiento, vemos un husky siendo conducido al interior de un cuarto en compañía de otros perros.
Oscuridad y silencio absoluto. El animal está sentado mirando al frente, permanece quieto como una estatua, hasta que comienza a emitir extraños gemidos guturales...
Porque no es un perro. Se le abre la cabeza por la mitad y aparece una larga lengua babeante, de la espalda empiezan a surgirle tentáculos y el cuerpo, una masa humeante de vísceras bañadas en un líquido viscoso, se contonea mientras patas de araña le brotan del lomo. Una experiencia del espanto que desafía los límites de la locura y la persistencia retiniana, no así contemplada después por doce hombres que aterrorizados no saben cómo reaccionar ante semejante espectáculo, y así nosotros. Es éste un punto de inflexión no sólo en el film que estamos viendo, sino en el cine de ciencia-ficción y terror para la posteridad...
Y no obstante uno de los títulos más odiados en el momento de su estreno, todo debido a un tremendo error de marketing. Aun así, John Carpenter se encontró de repente con la película de su vida cuando el proyecto fantasma de Lawrence Turman y David Foster (que venía madurando desde mediados de los '70) cayó en sus manos tras ser rechazado en multitud de ocasiones; la obsesión por remodelar un pequeño gran clásico de la ciencia-ficción: "El Enigma de Otro Mundo", cuya autoría aún se disputa entre la de Howard Hawks y la de Christian Nyby.
Quizá el terror espacial no habría sido el mismo sin esta obra pionera en su forma de enfrentar al ser humano con extraterrestres, y a la que Carpenter profesaba verdadero amor (de hecho es la que Laurie empieza a ver en "La Noche de Halloween"...). No obstante, la evidente falta de presupuesto obligó al guionista, Charles Lederer, a tergiversar los hechos y también la propia naturaleza del "visitante" que aparecía en el relato corto en el cual se basaba: "Who goes There?", del maestro del género John Wood Campbell Jr., publicado a finales de los años '30.
Carpenter ya descubrió la novela en su época de estudiante y decidiría mantenerse fiel a ella, y así este sería su primer trabajo para un gran estudio. Atendiendo a ese mítico inicio en los páramos helados de la Antártida (tras una pequeña introducción desde el Espacio que, en mi opinión, no debería haber existido jamás porque elimina el factor sorpresa), siendo el husky amenazado desde un helicóptero noruego, el cineasta y su escritor Bill Lancaster no tienen intención de hacer un simple "remake" de la original; en lugar de eso subvierten el optimismo de su conclusión, donde se lograba acabar con el monstruo, planteando de esta forma un desarrollo alternativo de los hechos.
Por eso, después de la llegada de ese perro del que ya empezamos a sospechar las peores cosas (máxime cuando el director es quien es) a la Estación 4, podemos observar, guiados por el piloto MacReady y el dr. Copper, los estragos provocados en una base anterior de donde procedían los mismos noruegos del helicóptero, ya muertos. En la estación americana de Hawks/Nyby ganaban los militares; la estación noruega de Carpenter está derruida hasta los cimientos y sólo quedan extraños cuerpos como testigos. Con mano maestra el cineasta zurce los pliegues de una atmósfera sombría, poco a poco espesándose conforme avance la trama.
Carpenter y Lancaster también recuperan a los personajes del relato de Campbell y el primero, amante del "western", los transforma en un pintoresco grupo de individuos lo más alejado posible de todo perfil científico: doce hombres aguerridos sobre los cuales planea un inevitable hastío y amargura. Erradicando la camaradería "hawksiana" de los protagonistas, así como toda presencia femenina (que sí aparece en la de 1.951), se acentúa lo que caracterizará a esta obra: su nihilismo recalcitrante y hediondo, su inclinación cabezota hacia la desconfianza, su gusto por el feroz individualismo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Kurt Russell, más amargo y rudo que nunca, lidera un magnífico plantel de actores (de Wilford Brimley a David Clennon pasando por Keith David, Richard Dysart, Charles Hallahan, Richard Masur, Don Moffat...) encarnando a una serie de personajes de psicología perfectamente definida y con un cometido concreto a lo largo de la historia, donde uno no destaca por encima del otro. Rematada con un agrio anticlímax, "La Cosa" se ganó el desprecio de todo el mundo (una de esas raras veces en las que crítica y público se pusieron de acuerdo)...
Sobre todo al estrenarse en las mismas fechas que el "E.T." de Spielberg, cuyo enfoque del alienígena era mucho más luminoso, familiar y amable. Carpenter se sintió dolido hasta la extenuación por lo sucedido y su carrera ya jamás sería igual a partir de entonces (sería su última gran obra hasta que llegó "En la Boca del Miedo"). Pero el tiempo y sobre todo sus fans lo han devuelto al lugar que un día mereció ocupar: el de los títulos más poderosos de la ciencia-ficción y el terror de la Historia del cine, y primer paso en su conocida Trilogía del Apocalipsis (que completarían "El Príncipe de las Tinieblas" y "En la Boca del Miedo").
Descubierta en mi temprana preadolescencia, aún me produce tremendos escalofríos, como pocas películas han logrado...
Oscuridad y silencio absoluto. El animal está sentado mirando al frente, permanece quieto como una estatua, hasta que comienza a emitir extraños gemidos guturales...
Porque no es un perro. Se le abre la cabeza por la mitad y aparece una larga lengua babeante, de la espalda empiezan a surgirle tentáculos y el cuerpo, una masa humeante de vísceras bañadas en un líquido viscoso, se contonea mientras patas de araña le brotan del lomo. Una experiencia del espanto que desafía los límites de la locura y la persistencia retiniana, no así contemplada después por doce hombres que aterrorizados no saben cómo reaccionar ante semejante espectáculo, y así nosotros. Es éste un punto de inflexión no sólo en el film que estamos viendo, sino en el cine de ciencia-ficción y terror para la posteridad...
Y no obstante uno de los títulos más odiados en el momento de su estreno, todo debido a un tremendo error de marketing. Aun así, John Carpenter se encontró de repente con la película de su vida cuando el proyecto fantasma de Lawrence Turman y David Foster (que venía madurando desde mediados de los '70) cayó en sus manos tras ser rechazado en multitud de ocasiones; la obsesión por remodelar un pequeño gran clásico de la ciencia-ficción: "El Enigma de Otro Mundo", cuya autoría aún se disputa entre la de Howard Hawks y la de Christian Nyby.
Quizá el terror espacial no habría sido el mismo sin esta obra pionera en su forma de enfrentar al ser humano con extraterrestres, y a la que Carpenter profesaba verdadero amor (de hecho es la que Laurie empieza a ver en "La Noche de Halloween"...). No obstante, la evidente falta de presupuesto obligó al guionista, Charles Lederer, a tergiversar los hechos y también la propia naturaleza del "visitante" que aparecía en el relato corto en el cual se basaba: "Who goes There?", del maestro del género John Wood Campbell Jr., publicado a finales de los años '30.
Carpenter ya descubrió la novela en su época de estudiante y decidiría mantenerse fiel a ella, y así este sería su primer trabajo para un gran estudio. Atendiendo a ese mítico inicio en los páramos helados de la Antártida (tras una pequeña introducción desde el Espacio que, en mi opinión, no debería haber existido jamás porque elimina el factor sorpresa), siendo el husky amenazado desde un helicóptero noruego, el cineasta y su escritor Bill Lancaster no tienen intención de hacer un simple "remake" de la original; en lugar de eso subvierten el optimismo de su conclusión, donde se lograba acabar con el monstruo, planteando de esta forma un desarrollo alternativo de los hechos.
Por eso, después de la llegada de ese perro del que ya empezamos a sospechar las peores cosas (máxime cuando el director es quien es) a la Estación 4, podemos observar, guiados por el piloto MacReady y el dr. Copper, los estragos provocados en una base anterior de donde procedían los mismos noruegos del helicóptero, ya muertos. En la estación americana de Hawks/Nyby ganaban los militares; la estación noruega de Carpenter está derruida hasta los cimientos y sólo quedan extraños cuerpos como testigos. Con mano maestra el cineasta zurce los pliegues de una atmósfera sombría, poco a poco espesándose conforme avance la trama.
Carpenter y Lancaster también recuperan a los personajes del relato de Campbell y el primero, amante del "western", los transforma en un pintoresco grupo de individuos lo más alejado posible de todo perfil científico: doce hombres aguerridos sobre los cuales planea un inevitable hastío y amargura. Erradicando la camaradería "hawksiana" de los protagonistas, así como toda presencia femenina (que sí aparece en la de 1.951), se acentúa lo que caracterizará a esta obra: su nihilismo recalcitrante y hediondo, su inclinación cabezota hacia la desconfianza, su gusto por el feroz individualismo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Kurt Russell, más amargo y rudo que nunca, lidera un magnífico plantel de actores (de Wilford Brimley a David Clennon pasando por Keith David, Richard Dysart, Charles Hallahan, Richard Masur, Don Moffat...) encarnando a una serie de personajes de psicología perfectamente definida y con un cometido concreto a lo largo de la historia, donde uno no destaca por encima del otro. Rematada con un agrio anticlímax, "La Cosa" se ganó el desprecio de todo el mundo (una de esas raras veces en las que crítica y público se pusieron de acuerdo)...
Sobre todo al estrenarse en las mismas fechas que el "E.T." de Spielberg, cuyo enfoque del alienígena era mucho más luminoso, familiar y amable. Carpenter se sintió dolido hasta la extenuación por lo sucedido y su carrera ya jamás sería igual a partir de entonces (sería su última gran obra hasta que llegó "En la Boca del Miedo"). Pero el tiempo y sobre todo sus fans lo han devuelto al lugar que un día mereció ocupar: el de los títulos más poderosos de la ciencia-ficción y el terror de la Historia del cine, y primer paso en su conocida Trilogía del Apocalipsis (que completarían "El Príncipe de las Tinieblas" y "En la Boca del Miedo").
Descubierta en mi temprana preadolescencia, aún me produce tremendos escalofríos, como pocas películas han logrado...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El resorte de estos sentimientos tan corrosivos a los que se deberán enfrentar los protagonistas viene dado por el elemento extraño introducido en esta ecuación de forma retorcidísima (¿quien podría sospechar de un perro?): un organismo con la capacidad de transmitir a sus víctimas sus células contagiosas y adoptar la forma de éstas en el proceso.
Es el ser amorfo y terrorífico que imaginó Campbell (erróneamente convertido en humanoide vegetal por Hawks/Nyby y heredado para otro clásico del género: "La Masa Devoradora"), un "imitador" perfecto con el único fin de despojar al ser humano de su identidad.
Habilidades que conectan con los alienígenas posesivos y perfecto reflejo del temor comunista en tiempos "mccarthistas" de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" o "Invasores de Marte", y que Carpenter usa como revulsivo de una intriga absorbente cercana a los esquemas de Hitchcock, Bava o Agatha Christie (imagínenla como una reinterpretación de "Diez Negritos" con pedigrí extraterrestre), jugando, como ya hizo en "Asalto a la Comisaría del Distrito 13", a atrapar a los personajes (y a nosotros mismos) en un espacio asfixiante a merced de un ser violento y desalmado (pero esta vez la maldad procede del interior).
Y si bien parece "Alien" la más directa influencia, Carpenter prefiere dirigir su mirada a los "Perros de Paja" de Peckinpah, a las "Horas Desesperadas" de Wyler y a sus atmósferas enrarecidas, desquiciadas, y sus opresoras amenazas (sin duda, como en ellas, la humana se acaba convirtiendo en la más importante por su debilidad). Habilidades que se exponen con crudeza ante nuestros alucinados ojos como una muestra palpable de horror viscoso y supurante de chorros de sangre y líquidos, una delirante pesadilla "lovecraftiana" que conecta con el atávico miedo del hombre a lo desconocido.
Esa aberrante entidad cósmica, especie de protoplasma que intenta dar forma a un ser informe permite al cineasta, esta vez más propenso al terror puramente orgánico (sin duda heredado de su mentor Cronenberg) que al fantástico onirismo al que tenía a sus fans acostumbrados, elaborar una auténtica poética de lo monstruoso. A destacar: la palpitante mucosidad diseminada por la perrera, en medio de la cual emergen ojos malignos o una terrible boca; la cabeza del Norris-cosa que, mientras grita al ser abrasado su cuerpo, se desgarra de éste, se arrastra por el suelo gracias a un tentáculo surgido de su boca y se transforma en un inenarrable arácnido, o la cabeza del Palmer-cosa, que tras bajar del techo se abre por la mitad y deja al descubierto una lengua que atrapa a Windows y le engulle.
El humanoide "karloffiano" de Hawks/Nyby adquiere ahora un perfil realmente amenazador, y lo más importante: creíble y sorprendente, porque jamás adivinaremos quién será el próximo en descubrirse. Grotescas imágenes vinculadas al indudable pavor del ser humano a perder su identidad, su humanidad (así, "la cosa" no es sino la proyección de la maldad que puede residir en todo ser humano); repulsiva violencia transformada en arte visual por obra y gracia de la maestría de Stan Winston y un Rob Bottin que se superó a sí mismo tras su genial trabajo en "Aullidos". Esto no deja de ser lo que precipita las acciones y el desarrollo de la trama...
Pero el realizador, hábil narrador, jamás permite que los efectos especiales se sobrepongan a las interacciones humanas y al suspense generado por el clima desasosegante del que dota a su relato (como demostró Romero que se podía hacer en "La Noche de los Muertos Vivientes").
Sin duda esto es un importante cambio de escala en comparación con el inmenso escenario de "1.997: Rescate en New York". Los entornos cerrados son ensombrecidos por las ásperas texturas de la fotografía de Dean Cundey y la minimalista música de Morricone y Carpenter, y lentamente dichas texturas y esencias se infiltran entre la oscuridad perpetua y el silencio sólo interrumpido por la ventisca exterior y la mezquina violencia interior.
Es el ser amorfo y terrorífico que imaginó Campbell (erróneamente convertido en humanoide vegetal por Hawks/Nyby y heredado para otro clásico del género: "La Masa Devoradora"), un "imitador" perfecto con el único fin de despojar al ser humano de su identidad.
Habilidades que conectan con los alienígenas posesivos y perfecto reflejo del temor comunista en tiempos "mccarthistas" de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" o "Invasores de Marte", y que Carpenter usa como revulsivo de una intriga absorbente cercana a los esquemas de Hitchcock, Bava o Agatha Christie (imagínenla como una reinterpretación de "Diez Negritos" con pedigrí extraterrestre), jugando, como ya hizo en "Asalto a la Comisaría del Distrito 13", a atrapar a los personajes (y a nosotros mismos) en un espacio asfixiante a merced de un ser violento y desalmado (pero esta vez la maldad procede del interior).
Y si bien parece "Alien" la más directa influencia, Carpenter prefiere dirigir su mirada a los "Perros de Paja" de Peckinpah, a las "Horas Desesperadas" de Wyler y a sus atmósferas enrarecidas, desquiciadas, y sus opresoras amenazas (sin duda, como en ellas, la humana se acaba convirtiendo en la más importante por su debilidad). Habilidades que se exponen con crudeza ante nuestros alucinados ojos como una muestra palpable de horror viscoso y supurante de chorros de sangre y líquidos, una delirante pesadilla "lovecraftiana" que conecta con el atávico miedo del hombre a lo desconocido.
Esa aberrante entidad cósmica, especie de protoplasma que intenta dar forma a un ser informe permite al cineasta, esta vez más propenso al terror puramente orgánico (sin duda heredado de su mentor Cronenberg) que al fantástico onirismo al que tenía a sus fans acostumbrados, elaborar una auténtica poética de lo monstruoso. A destacar: la palpitante mucosidad diseminada por la perrera, en medio de la cual emergen ojos malignos o una terrible boca; la cabeza del Norris-cosa que, mientras grita al ser abrasado su cuerpo, se desgarra de éste, se arrastra por el suelo gracias a un tentáculo surgido de su boca y se transforma en un inenarrable arácnido, o la cabeza del Palmer-cosa, que tras bajar del techo se abre por la mitad y deja al descubierto una lengua que atrapa a Windows y le engulle.
El humanoide "karloffiano" de Hawks/Nyby adquiere ahora un perfil realmente amenazador, y lo más importante: creíble y sorprendente, porque jamás adivinaremos quién será el próximo en descubrirse. Grotescas imágenes vinculadas al indudable pavor del ser humano a perder su identidad, su humanidad (así, "la cosa" no es sino la proyección de la maldad que puede residir en todo ser humano); repulsiva violencia transformada en arte visual por obra y gracia de la maestría de Stan Winston y un Rob Bottin que se superó a sí mismo tras su genial trabajo en "Aullidos". Esto no deja de ser lo que precipita las acciones y el desarrollo de la trama...
Pero el realizador, hábil narrador, jamás permite que los efectos especiales se sobrepongan a las interacciones humanas y al suspense generado por el clima desasosegante del que dota a su relato (como demostró Romero que se podía hacer en "La Noche de los Muertos Vivientes").
Sin duda esto es un importante cambio de escala en comparación con el inmenso escenario de "1.997: Rescate en New York". Los entornos cerrados son ensombrecidos por las ásperas texturas de la fotografía de Dean Cundey y la minimalista música de Morricone y Carpenter, y lentamente dichas texturas y esencias se infiltran entre la oscuridad perpetua y el silencio sólo interrumpido por la ventisca exterior y la mezquina violencia interior.