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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama Mizuki perdió a su marido Yusuke en el mar. Años después, el fantasma de su compañero aparece ante sus ojos. No se trata de una visión terrorífica, sino de un retorno lleno de cotidianeidad. Tras el reencuentro, ambos iniciarán un viaje hacia la costa. (FILMAFFINITY)
15 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún momento sentimos su presencia. Llenan el espacio de una sensación extraña, a menudo incómoda pero a veces también apacible.
No los vemos reposar su cabeza en nuestros hombros, comparten el instante presente en lo que tiene de más fugaz y su aura se transmite alrededor, hasta impregnar en dicho espacio físico un estado de ánimo que el inconsciente comprende e interioriza...

Quizás sea un principio de aceptación de lo espiritual tan arraigado a la cultura japonesa que un occidental como yo es incapaz de entender. El mismo principio domina en la obra de la siempre sorprendente autora Kazumi Yumoto, quien ya desde su debut, "Natsu no Niwa", captó la atención de todos y el éxito comercial (y más tras ser adaptada por Shinji Somai); con "Kishibe no Tabi", publicada en 2.010, ésto se ejemplifica mejor que nunca, siguiendo los pasos de la viuda Mizuki en un viaje por todo Japón donde aprende la importancia de las huellas que los difuntos dejaron en los lugares que un día habitaron y otras personas con las cuales compartieron sus vidas.
Lo realmente emocionante es que dicha travesía es realizada junto al espíritu de su marido, Yusuke, muerto en el mar años antes. A lo largo de más de 200 páginas Yumoto sumerge al lector en una prosa que exhala una proximidad serena y delicada y logra concebir una realidad en la que la fina línea que separa la vida de la muerte se "rompe" desde el gesto más natural o en la situación más cotidiana. Kiyoshi Kurosawa, para quien este tipo de escenarios no son desconocidos ni mucho menos, llega a la popular novela por recomendación de su amigo y productor Hiroko Matsuda, y así se involucra en uno de los proyectos más excepcionales de su carrera.

La razón es que se trata de su primer melodrama romántico, centrado por entero en el desarrollo de las experiencias vitales de una pareja; la autora ayuda en el guión, con la forzosa tarea de eliminar muchos capítulos, reducir otros, o incorporar momentos ausentes en las páginas. Lo que sí asegura un matrimonio perfecto es el interés de ambos por los mismos temas y la forma de enfocarlos; pero este es ciertamente un Kurosawa muy distinto. Cuando vemos a Mizuki en su cocina preparando los dangos de shiratama (que sirven de ofrenda a los muertos) la cámara se desplaza suavemente hacia una esquina...
Esta escritura en la que el movimiento lateral revela lo invisible a partir de un espacio tangible es la empleada por Mizoguchi en "Cuentos de la Luna Pálida" y un gesto idéntico de aquella "Kairo" (cuando Michi entraba al apartamento del fallecido Taguchi), pero la diferencia primordial en ambos desplazamientos está en la emoción que Kurosawa desea transmitir. Si en aquella obra de 2.001 el espíritu rezumaba desolación, desasosiego y pura amenaza desde la penumbra, ahora, en su visión contraria, se persona en escena con total naturalidad, consciente del espacio en el cual está penetrando y de los seres que le rodean.

Así Yusuke "pasa" al plano de realidad de Mizuki y, gracias a ese carisma conciliador tan propio de Tadanobu Asano, su visita es recibida desde la amable aceptación. Es una visita tranquilizadora a partir de la cual el director elimina lo más distintivo de su cine: el misterio; en "Kishibe no Tabi" no lo hay (porque rápidamente el marido informa a su mujer sobre su muerte), y trata la presencia de lo fantasmagórico a unos niveles muy diferentes de lo habitual (la paz, la calma, reina en las estancias), sirviéndose de sus habilidades en la puesta en escena para plasmar lo profundo de las emociones, que es el pilar de la historia.
Si en películas previas un zumbido abrumador reflejaba los ecos del más allá, ahora el sonido de las olas del mar rompiendo acompañan a los espíritus que se materializan en escena. Esta creencia tan oriental, la del agua ligada a la muerte, es otro de los elementos clave de la historia, e incluso tenía más peso en la novela (el pasaje del incidente de Mizuki, que de niña casi se ahoga en un río...); y como todos los personajes del cine de Kurosawa, la protagonista también se embarca en un viaje de aprendizaje y conocimiento, pero en lugar de realizarse a un lugar físico concreto y a partir de ahí hacia el interior del individuo, ella se desplaza sin cesar acompañada de Yusuke.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

El director, que se estrena en el formato CinemaScope, captura el alma de la obra de Yumoto a través de la inmensidad de los escenarios, exteriores e interiores, y esta vez no los ahoga en tinieblas, los inunda de una luz suave, mientras sus largas tomas registran un espacio sugerente, de una sensibilidad dulcemente inquietante en cada de uno de sus instantes climáticos, adornados con la orquesta emocionante de Naoko Eto y Yoshihide Otomo, inspirada por los melodramas clásicos de Douglas Sirk.
A pesar del tan molesto paréntesis entre el 2.º y el 3.er acto, ausente en las páginas y que quiebra el tono general (el repentino duelo entre Mizuki y la otrora amante Tomoko, donde se sugiere un símil entre los fantasmas y la condición de la esposa japonesa, retirada del resto del Mundo en el seno del hogar...), el film triunfa a nivel nacional e internacional, en especial en Francia, y es galardonado en Cannes. Con la costa de testigo mudo habiendo alcanzado Yusuke por fin la paz eterna, el viaje concluye...

Y podemos afirmar que Kurosawa obtiene todo un logro en su obra, eterno, atemporal, como su universo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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