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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Intriga Scottie Fergusson (James Stewart) es un detective de la policía de San Francisco que padece de vértigo. Cuando un compañero cae al vacío desde una cornisa mientras persiguen a un delincuente, Scottie decide retirarse. Gavin Elster (Tom Helmore), un viejo amigo del colegio, lo contrata para un caso aparentemente muy simple: que vigile a su esposa Madeleine (Kim Novak), una bella mujer que está obsesionada con su pasado. (FILMAFFINITY)
20 de julio de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se trata de mi género preferido (que es el Western), ni Alfred Hitchcock es mi director predilecto (ese es Ford o Hawks… depende de cómo me levante ese día). «Vértigo», no obstante, es mi película favorita. La número 1, la insuperable, la de la isla desierta, la que recomiendas a todo el mundo aunque sabes que no es una película para todo el mundo. La que nunca te cansas de ver y de buscarle detalles, la que te lleva a localizar libros y monografías que se hayan escrito sobre ella y análisis en Internet y coloquios de «Qué grande es el cine». La que mueve y sustenta y retroalimenta esa pasión que es el cine porque, sino otra cosa, «Vértigo» es Cine en estado puro, la quintaesencia de lo que podemos conocer como Arte Cinematográfico. Es la obra cumbre de un director en estado de gracia. Y no es solo una película… Es una enfermedad incurable.

Pocas películas dicen más o intentan transmitir mensajes más complejos mediante la convencionalidad de una trama de intriga y suspense que «Vértigo». Los directores intencionadamente crípticos en sus formas (léase Tarkovsky, Lynch, Malick o cualquier otro), buscan la manera de transmitir una serie de mensajes ocultos bajo los repliegues de tramas muchas veces ininteligibles; cosa que tiene su mérito, sin lugar a dudas. ¿Pero cuándo esta intención comunicativa se convierte en genio puro? Cuando lo que te regala el talento del director es una historia «normal», una intriga de las de Antena 3, pero detrás de cuya magia visual uno percibe una cantidad inabarcable de mensajes, una profundidad psicológica e intelectual insondable y, finalmente, el acceso a los pozos más hondos de la condición humana. Y «Vértigo» posee todo esto y mucho más. No es solo una trama policial o la historia de un crimen o de varios crímenes, aunque también. Y no es solo una reflexión sobre el amor frustrado y truncado por la muerte, aunque también. Y es una historia sobre un hombre que le tiene miedo a las alturas, pero también una eclosión de otros miedos más soterrados, más profundos, y la cronología de una obsesión, y una espiral hacia la locura, y una carrera hacia lo alto de un campanario, y una repetición de todo aquello que cíclicamente ha obsesionado al ser humano y condicionado su comportamiento. Es una visión trastornada y desenfocada de la realidad. Una perspectiva enferma del amor, y una macabra canción de réquiem por un corazón destrozado a causa de un grito estremecedor y tan breve como una caída.

Concuerdo con lo que dice una de las mejores críticas publicadas en esta web: las imágenes de «Vértigo» no son perfectas, y puede que ni siquiera sean bellas…, pero tienen magia. Y pocas películas esconden esa capacidad de hechizar y de embrujar al espectador. Y ninguna otra termina desvelando un mensaje tan aterrador, tan espantoso y tan blasfemo como el que subyace, como un lecho de flores putrefactas, bajo la apariencia de una anodina trama de suspense… Esa verdad que nos indica que la obsesión de Ferguson por Madeleine/Judy se basa no tanto en su belleza, sino en el hecho de que está muerta. Ese anhelo, ese abrazo deseado con un cadáver o con un espectro redivivo es lo que convierte el corpus narrativo de esta película en el más fascinante y perturbador de la Historia del Cine, y lo que termina por jalonar esa etiqueta que muchos, no solo yo, hemos endilgado a «Vértigo» desde hace mucho y para siempre: esa que reza: «La Mejor Película de Todos los Tiempos».

Obra maestra incomparable del genio Alfred Hitchcock. Una película que más que una pieza fílmica es una deliciosa patología; una cinta que más que un retazo de Cine es el Cine mismo visto a través de una lente perturbada y contagiada por la obsesión y la monomanía. Una película que, más que una película, es una enfermedad…

Tremenda.
Arsenevich
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