"La strada" presenta a un país pobre, salido de la ruina de la guerra donde la supervivencia imperaba. Que Gelsomina (Masina) sea entregada por su madre a Zampanó (Quinn), el viudo de su otra hija, para tener una boca menos que alimentar, hiela la sangre hoy en día. Que la protagonista aprenda la profesión de artista ambulante mediante maltrato, golpes y humillaciones varias, y mostrar que está encantada de la vida, es retrógrado pero real. Precisamente es en la naturalidad de los escenarios, en mostrar la manera de vivir de la posguerra, en los personajes secundarios que atraviesan las carreteras y caminos del espectáculo itinerante donde la película se engrandece, sirviendo de testimonio veraz de una etapa italiana.

Me creo a una Masina "chaplinesca", emocionante en su pureza y bondad. Y aunque físicamente imponen y dan la talla (mítica la imagen de Quinn rompiendo cadenas con su pecho), restan realismo la elección de dos actores de Hollywood como el mexicano y Richard Basehart.