No recuerdo que ninguna obra maestra del cine tenga secuela y... ¡tócate los pies! precuela. Bonito palabro. Precuela. En mi cabeza significa algo así como una abuela predicadora o un timo que te van a colar antes de que te des cuenta porque eres demasiado primo. O un bocata de calamares, pero éso sólo cuando voy enajenado. Tonterías aparte, El dragón rojo o fofo me parece mejor que la dirigida por el sobrevalorado Scotty, que se centró en el efectismo de las visceras y de los sesos dejando de lado un montón de aspectos que hubiesen dado más empaque a la continuación.

Anthony Hopkins da pena aquí. Más parece un lameculos que un caníbal de tomo y lomo. No convence, no desasosiega, no hace nada de nada. Poner cara de mármol lo pueden hacer hasta los tipos esos de melena al viento que salen en los putos culebrones venezolanos. Un desencanto vamos. Aquí la miga la pone el desequilibrado Ralph Fiennes que da muchísimo más miedo que en vuestra lista de Schindler. Borda el papel. Edward Norton ofrece lo de siempre, lo que mejor sabe hacer: un tipo racional con oscuros temores interiores. No tiene más registros parece, pero aún y todo está más que destacable. Emily Watson me recordó a las frágiles rubias de las películas de Hitchkock y aunque no raya lo sobresaliente, también da el pego. El obvio desenlace resta nota, aunque la sube el que Anthony Hopkins haya declarado que no volvera a mancillar en el futuro el buen nombre de Aníbal Lecter. Aunque nunca se sabe.

PD. Por cierto, quiero mandar un fuerte abrazo a todos los que me habéis escrito a mi dirección de correo. Abrumado me habéis dejado. Muchas gracias. Un beso.