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Voto de philelvrum:
4
6.9
39,494
29 de diciembre de 2007
176 de 287 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno no puede evitar sentirse engañado después de haber sido partícipe de esta experiencia cinematográfica tan brillante a nivel técnico como fallida en su estructura narrativa. Es una lástima, porque los primeros 50 minutos, toda una pieza de orfebrería fílmica, fluyen aparentando ser una simbiosis perfecta de todos los elementos audiovisuales al servicio de una narración concisa que atrapa y promete dar muchísimo más de lo que demuestra tener en la siguiente hora.
A partir de ese momento, la película cae en la más absoluta indeterminación y empieza a consumirse en su propia estilización. Véase como ejemplo paradigmático el inmenso, lírico y precioso plano secuencia de la playa, momento cinemático sublime pero totalmente innecesario para el avance de la historia y que queda al descubierto como un vehículo de lucimiento para Joe Wright y su equipo técnico.
Cuando parece que la historia se queda sin balas para mantenernos despiertos, remonta un poco el vuelo, para engañarnos como a chinos en un “sorprendente” final del cual me queda claro que si la Briony fuera una escritora de verdad, desde luego las editoras de baratas novelas rosa tendrían un nombre más que engrosar a sus listas, justito al lado de incompetentes como Danielle Stelle. En ese momento, la música de Marianelli (que acumula un acierto tras otro desde la magnífica “In This World” de Michael Winterbottom), la excelente fotografía de Seamus McGarvey (jugando en la misma liga de Kaminski respecto a la sobreexposición y balanceándose en la fina línea que separa al cine del anuncio de perfumes), el (por momentos) audaz montaje y las correctas interpretaciones del elenco principal pierden toda su importancia, puesto que la historia se ha desvanecido en la nada. Una reflexión sobre la necesidad de los finales felices intenta dotar al conjunto de una supuesta trascendencia metalingüística que no consigue más que maquillar el entuerto sin más consecuencia que un sonoro “MEH” por parte de un espectador cabreado por haberse quedado con el agrio regusto de un mal caramelo maravillosamente envuelto.
A partir de ese momento, la película cae en la más absoluta indeterminación y empieza a consumirse en su propia estilización. Véase como ejemplo paradigmático el inmenso, lírico y precioso plano secuencia de la playa, momento cinemático sublime pero totalmente innecesario para el avance de la historia y que queda al descubierto como un vehículo de lucimiento para Joe Wright y su equipo técnico.
Cuando parece que la historia se queda sin balas para mantenernos despiertos, remonta un poco el vuelo, para engañarnos como a chinos en un “sorprendente” final del cual me queda claro que si la Briony fuera una escritora de verdad, desde luego las editoras de baratas novelas rosa tendrían un nombre más que engrosar a sus listas, justito al lado de incompetentes como Danielle Stelle. En ese momento, la música de Marianelli (que acumula un acierto tras otro desde la magnífica “In This World” de Michael Winterbottom), la excelente fotografía de Seamus McGarvey (jugando en la misma liga de Kaminski respecto a la sobreexposición y balanceándose en la fina línea que separa al cine del anuncio de perfumes), el (por momentos) audaz montaje y las correctas interpretaciones del elenco principal pierden toda su importancia, puesto que la historia se ha desvanecido en la nada. Una reflexión sobre la necesidad de los finales felices intenta dotar al conjunto de una supuesta trascendencia metalingüística que no consigue más que maquillar el entuerto sin más consecuencia que un sonoro “MEH” por parte de un espectador cabreado por haberse quedado con el agrio regusto de un mal caramelo maravillosamente envuelto.