Eso de que la peor película de Woody Allen es mejor que la mayoría del cine que se estrena, además de un aburrido tópico, probablemente sea una verdad como un piano de grande. Y es que al pobre Allen siempre le comparamos consigo mismo, y siendo Allen quien es, y viendo el nivel de su carrera durante los años 80 y 90, eso es algo que no deja de ser profundamente injusto. Pero es cierto que su nivel medio supera con mucho en nivel de una cartelera que, a menudo, resulta bastante pobre.
Magia a la luz de la luna sería un buen ejemplo de esto que he dicho en el párrafo anterior. Posiblemente no se sostenga en una comparación directa con Desmontando a Harry, Balas sobre Broadway o la misma Blue Jasmine, por citar solo tres ejemplos, pero su encanto sigue siendo un agradable y reconocible lugar de encuentro en la cartelera.
Aquellos que quieran ver más profundidad en esta historia de la que realmente hay, seguro que encuentran una excusa para hablar de la vida, de las relaciones humanas y bla bla bla. Pero que nadie se lleva a engaño. Esta vez Woody Allen se ha limitado a facturar una historia banal y perfectamente olvidable, pero ha tenido la habilidad (no siempre la tiene) de envolverla con una gracia y un encanto que, en sus mejores momentos, resulta francamente disfrutable.
La historia comienza de manera brillante, con el protagonista, mago de profesión, realizando su espectáculo en un teatro berlinés en plenos años 20. Visualmente estas primeras secuencias son una delicia absoluta, y Colin Firth se muestra pletórico. A partir de ese momento este mago es requerido por un amigo para desenmascarar a una falsa medium que se está aprovechando de una adinerada familia residente en la costa azul francesa. Del encuentro entre el mago y la médium saltarán chispas al principio, gracias sobre todo a la labor de sus dos intérpretes, el mencionado Firth, y una radiante Emma Stone, los ojos más grandes del cine actual, y actriz superdotada para la comedia donde las haya. El enredo, aunque intrascendente, consigue mantener el interés durante bastantes minutos, pero una vez resuelto el conflicto cómico la cosa se estanca y pierde la mayor parte de su interés.
El mayor acierto de Magia a la luz de la luna es que todo lo que rodea a la historia funciona a la perfección. La música habitual de las películas de Allen esta vez encaja como un guante con la época en la que se desarrolla, y también con el entorno social y natural en el que transcurre la acción, maravillosamente fotografiado, por cierto. Ello sumado al talento de sus actores y a alguna situación cómica bastante aceptable enmascaran el hecho de que en realidad Magia a la luz de la luna no es gran cosa. Lo que, por otra parte, tampoco es malo.