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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama Explora la relación que mantuvieron el Papa Benedicto XVI y su sucesor, el Papa Francisco, dos de los líderes más poderosos de la Iglesia Católica, que abordan sus propios pasados ​​y las demandas del mundo moderno para que la institución avance.
28 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los dos papas

"Soy infalible cuando hablo 'ex cathedra', pero nunca lo haré." El Papa Juan XXIII.

Pueden contarse con los dedos de las manos, y aún me sobraría alguno, el número de papas que renunciaron a su cargo en vida en los dos mil años de historia de la Iglesia Católica. El penúltimo de ellos fue Gregorio XII y desde entonces han pasado 600 años. El último se materializó en la figura del alemán Ratzinger que en su coronación tomó el nombre de Benedicto XVI. Ese mismo año, el 2013, ciñó la tiara pontificia su sucesor, el actual papa Francisco, de nacionalidad argentina y de apellido Bergoglio.
Pues bien, en el intervalo de tiempo en el que discurre este relevo papal, el brasileño Fernando Meirelles ha realizado una hermosa y emotiva película basada en hechos reales. A pesar de que Ratzinger desconfía del cardenal Bergoglio por el insalvable antagonismo de sus idearios, lo cita en su residencia de Castel Gandolfo para revelarle un gran secreto que nadie conoce: su decisión irrevocable de abandonar la curia romana.
Como es fácil imaginar, ante un hecho tan trascendente como excepcional, la sorpresa del cardenal argentino es mayúsculo. A partir de ahí tiene lugar una íntima conversación, en ocasiones áspera e incómoda, entre dos personajes cuyas opiniones teológicas, filosóficas y políticas colisionan, en ocasiones, de manera frontal. Sin embargo, Ratzinger está convencido de que el candidato más idóneo para sustituirle al frente de la Santa Sede no es otro que Bergoglio, al que considera capaz de llevar a cabo los profundos cambios que la Iglesia necesita.
Y aunque este cronista no comulga con las tesis doctorales de la jerarquía eclesiástica ni con las de ninguna otra religión, debo de reconocer que es un verdadero placer asistir a un debate civilizado entre dos hombres sumamente inteligentes y de una gran estatura intelectual. Verlos argumentar, contraargumentar, evadir respuestas, tratar grandes temas de Estado, arrodillarse para orar afligidos por las grandes responsabilidades que pesan sobre sus hombros y descender después a los asuntos más mundanos como bailar, comer pizza, ver fútbol, bromear (“¿Como se suicida un argentino?” se pregunta Bergoglio “Lanzándose desde la cima de su ego!”responde él mismo), ironizar, reír o disfrutar de una copa de buen vino, supone una extraordinaria oportunidad de descubrirlos en su versión más entrañable y humana como nunca antes había sucedido.
Compartir con ellos la belleza de los espacios interiores como la Capilla Sixtina -donde desde hace siglos tienen lugar los cónclaves en los que el Colegio Cardenalicio elige al nuevo Jefe de la Iglesia- o las lujosas estancias de Castel Gandolfo con las valiosas maravillas que las decoran, rodeado de idílicos jardines enmarcados en un paisaje de ensueño junto al lago Albano, es un lujo que debemos al mágico poder del cine.
Dos inmensos actores, Anthony Hopkins en el papel de Raztinger y Jonathan Pryce como Bergoglio, logran el milagro -Dios siempre echa una mano para apoyar una noble causa- de la transfiguración. El parecido físico, sobre todo en el caso de Bergoglio, es ciertamente asombroso, haciéndonos olvidar a los intérpretes para ver únicamente la gloriosa potestad de sus eminencias en un prodigioso fenómeno de metamorfosis.
Tomen asiento, relájense y disfruten durante dos horas de la extraordinaria lucidez que ilumina la mente de dos jerarcas de la Iglesia. Porque la inteligencia, despojada de todo espejismo metafísico, es una virtud que conlleva necesariamente valores como la tolerancia, flexibilidad, comprensión y, por qué no, la pragmática posición que requiere la renuncia de tus intereses en aras de un bien mayor. Y de paso, mis improbables lectores, es muy probable, como me pasó a mí, que salgan habiendo aprendido algo.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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