Que los Rolling saben hacer conciertos es indiscutible. Que Scorsese sabe rodar conciertos, también. Así que, habiendo lo que hay, difícil era que este proyecto no llegase a buen puerto.

¿Algo que objetar? Para nada. Majestuosa demostración de cómo rodar y montar una actuación musical, que no un documental sobre un grupo de música. De documental tiene un par de imágenes de archivo introducidas en momentos puntuales del filme, que no arrojan nada de luz sobre la figura de los cuatro músicos británicos. Sólo son documentos simpáticos (alguna que otra pupila dilatada) o curiosos.

Así que, comentada la gran hazaña técnica de Martin y su equipo, queda hablar del concierto.

La cosa empieza un poco fría. De hecho pensé que si el asunto seguía igual durante dos horas me iba a aburrir. Con Some Girls se caldea un poco el ambiente en mi sofá (hablo de mi reacción, no de la del público). Llega entonces Faraway Eyes, en la que el sonido que sale de ese instrumento tan raro es una delicia, y en la que una agradable sensación de intimidad musical invade el escenario. A partir de ese momento, el concierto se viene arriba. Principalmente, porque después del mentado tema, Buddy Guy entra en escena y se marca un blues, duelo de guitarras y armónica incluidos. Escuchar a un negro cantar y tocar la guitarra siempre mola, más aun cuando éste, en medio de un solo, da saltos de emoción (contagiosa). Y más todavía cuando en un momento de la canción se ve un fugaz plano de Richards escupiendo un cigarrillo con clase rockera.

Total, que el concierto mola.

Vale, ya sabemos que "ya no es igual que antes" (entrecomillado por ser tópico). Que Sus Satánicas Majestades se han dessatanizado un poco; ya no se presentan drogados a cualquier parte (aunque creo que aquí queda claro que Keith Richards lleva irreversiblemente colocado desde la primera vez que fumó un porro), las fans ya no suben en hordas al escenario, y ahora Sus manías de superestrellas cuestan millones de dólares. Por cierto, que lo de Christina Aguilera, al contrario de lo que se piense, poco tiene que ver con este hecho de "saneamiento", sino que denota que Jagger nunca dejará de ser un hombre ávido de felaciones post-show.

(Sigo:)

Que lo sabemos, y poco importa aquí. Porque este concierto es un gustazo. Un manjar. Porque es un placer poder gozar de la compañía de cuatro tipos (+ cojonuda banda de acompañamiento) que siguen dándolo todo, disfrutando tanto como su público a pesar de sus limitaciones, sudando música, tocando (los que las tienen) sus guitarras con brío y energía animales, tras casi ya medio siglo sobre las tablas.