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7
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Drama. Comedia
A Woody Grant, un anciano con síntomas de demencia, le comunican por correo que ha ganado un premio. Cree que se ha hecho rico y obliga a su receloso hijo David a emprender un viaje para ir a cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos, rota durante años por el alcoholismo de Woody, tomará un cariz distinto para sorpresa de la madre y del triunfador hermano de David. (FILMAFFINITY)
23 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Don Quijote ya no porta una lanza, sino un boleto propagandístico que asegura 1 millón de dólares. Don Quijote ya no monta un rocín, en su lugar se acomoda como copiloto en un coche. Ahora sus enemigos ya no son los gigantes –molinos-, son tan sólo personas del pasado que devoran con egoísmo la complaciente inocencia de un viejo. Don
Quijote sigue demente, conserva a su fiel Sancho Panza que le acompaña en el camino de locura en el que está sumergido, aunque Dulcinea está un poco más envejecida y tiene incontinencia verbal. Don Quijote ahora se llama Woody Grant y protagoniza Nebraska.
Alexander Payne nos embarca en el camino hacia los sueños frustrados de un hombre que nunca opinó, que nunca eligió su camino y es ahora, sumergido en una senil demencia, cuando es el camino quien lo posee y le hace enfrascarse en un viaje a su pasado para obtener sus aspiraciones de futuro.
La película es clara desde un principio. Refleja sus objetivos de manera tan explícita como las marcas de neumático en la tierra que deja la camioneta en los áridos caminos hacia Nebraska. No hay giros de guion inesperados, no hay amores de carretera que alimenten de manera vacua el argumento, no hay una subconsciente rivalidad fraternal entre los hermanos Grant que quite protagonismo al viaje, no hay ases en la manga.
Hermosos planos fijos que nos muestran la realidad de la situación de los personajes. La película es tan clara y limpia como su color en blanco y negro. Una estética nada azarosa, que nos ayuda a ambientar una historia cargada de sobriedad, de la falta de alegría que tiñe un paisaje árido de costumbrismo norteamericano, de vejez. Un cromatismo que nos evoca al pasado del cine, así como al de los personajes de la película, porque la película gira en torno a eso, las rencillas del pasado que se airean en el presente. Un blanco y negro que nos centra tan sólo en las personas, que evita
distracciones de cualquier carácter para sólo fijarnos en ellas y sus relaciones entre sí.
Es por ello que este film está cargado de antropocentrismo, en el sentido más humanístico de la palabra. Se centra en tres ejes principales: La vejez, las relaciones paterno-filiales y en esa codiciosa (y esperanzada) búsqueda del sueño americano. Payne se sirve de esa búsqueda del millón de dólares como punto de partida, para tratar
estos temas.
(Sigo en spoiler por falta de espacio)
Quijote sigue demente, conserva a su fiel Sancho Panza que le acompaña en el camino de locura en el que está sumergido, aunque Dulcinea está un poco más envejecida y tiene incontinencia verbal. Don Quijote ahora se llama Woody Grant y protagoniza Nebraska.
Alexander Payne nos embarca en el camino hacia los sueños frustrados de un hombre que nunca opinó, que nunca eligió su camino y es ahora, sumergido en una senil demencia, cuando es el camino quien lo posee y le hace enfrascarse en un viaje a su pasado para obtener sus aspiraciones de futuro.
La película es clara desde un principio. Refleja sus objetivos de manera tan explícita como las marcas de neumático en la tierra que deja la camioneta en los áridos caminos hacia Nebraska. No hay giros de guion inesperados, no hay amores de carretera que alimenten de manera vacua el argumento, no hay una subconsciente rivalidad fraternal entre los hermanos Grant que quite protagonismo al viaje, no hay ases en la manga.
Hermosos planos fijos que nos muestran la realidad de la situación de los personajes. La película es tan clara y limpia como su color en blanco y negro. Una estética nada azarosa, que nos ayuda a ambientar una historia cargada de sobriedad, de la falta de alegría que tiñe un paisaje árido de costumbrismo norteamericano, de vejez. Un cromatismo que nos evoca al pasado del cine, así como al de los personajes de la película, porque la película gira en torno a eso, las rencillas del pasado que se airean en el presente. Un blanco y negro que nos centra tan sólo en las personas, que evita
distracciones de cualquier carácter para sólo fijarnos en ellas y sus relaciones entre sí.
Es por ello que este film está cargado de antropocentrismo, en el sentido más humanístico de la palabra. Se centra en tres ejes principales: La vejez, las relaciones paterno-filiales y en esa codiciosa (y esperanzada) búsqueda del sueño americano. Payne se sirve de esa búsqueda del millón de dólares como punto de partida, para tratar
estos temas.
(Sigo en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La construcción que hace de los personajes se muestra como algo simple, que se va completando con el paso de la película. Así se comienza presentando a Woody, un hombre misterioso, senil y con un único objetivo que le durará hasta el final de la historia. Paulatinamente el espectador va descubriendo que es un personaje ex alcohólico, muy reservado, de desbordante generosidad el cual nunca sabe decir que no, es muy sincero. Es una construcción en retrospectiva y tercera persona, la descubrimos por personas ajenas a él mismo que nos relatan datos de él y de su pasado. No obstante es un personaje que pese a su sobriedad y sus defectos no es odiado ni cuestionado por el espectador, por el contrario, la delicadeza con la que conforma Payne sus protagonistas hace que se nos quede una imagen de ternura e inocencia.
Nada tiene que ver con esa inocencia que dota Wes Anderson a sus personajes, la de este director es más realista y cercana y no aceptada de primeras por el espectador. Es un estatus que se ganan los personajes, al mostrarnos su lado más humano y desnudo, que facilita la identificación. Da igual que el protagonista sea ex alcohólico y dé disgustos a su familia, que la mujer del personaje sea descarada e irreverente o que el hijo tenga una vida totalmente anodina y fracasada.
El hecho de que sea una road movie no es aleatorio, sigue una tradición en la filmografía del cineasta. El viaje es un símbolo de cambio y en Nebraska éste se traduce en la comprensión de los personajes a Woody, que confluye en la paz familiar que al principio era completamente ausente en la película. David acaba comprendiendo a su padre, es más, le cede el placer de hacer creer a todo el pueblo que verdaderamente ha ganado 1 millón de dólares. Lo que al comienzo era desacreditar a su padre y confirmar su locura, se transforma en la alimentación de esa fantasía para reafirmar a Woody. Es el modo por el que se restructura esa familia. Lo que anteriormente era sueño del anciano dejar un legado a su familia para complacerles, ahora es el sueño del hijo para complacer a su padre. Para llegar a esa paz al final del viaje, se tienen que invertir los papeles. Ahora Quijote ya no parece estar tan loco. Ahora Sancho ya no parece estar tan cuerdo.
La verdadera magia de la película reside en un dramatismo cómico. Alexander Payne conforma un drama en la que exhibe las miserias humanas, pero al final del camino esas penas parecen disiparse. Los problemas no han desaparecido: Woody no ha obtenido más que una gorra como premio, David no ha conseguido volver con su exnovia y, más aún, ha perdido dinero pagando el compresor y la camioneta, Mrs. Grant ha discutido con toda la familia de su marido para mantener su integridad y no ha conseguido internarle en una residencia para poder vivir ella sin disgustos.
Entonces, ¿cuál es la varita mágica que nos hace a los espectadores terminar el viaje de Nebraska con una sonrisa? Posiblemente sea la ternura de los personajes, la mano maestra del director o la sensación de haber comprendido finalmente a Woody Grant, de haber acabado todos un poco más locos, de ser finalmente mucho más grandes que esos
vecinos avariciosos o de esos gigantes –molinos- que obstaculizaron nuestro camino.
Nada tiene que ver con esa inocencia que dota Wes Anderson a sus personajes, la de este director es más realista y cercana y no aceptada de primeras por el espectador. Es un estatus que se ganan los personajes, al mostrarnos su lado más humano y desnudo, que facilita la identificación. Da igual que el protagonista sea ex alcohólico y dé disgustos a su familia, que la mujer del personaje sea descarada e irreverente o que el hijo tenga una vida totalmente anodina y fracasada.
El hecho de que sea una road movie no es aleatorio, sigue una tradición en la filmografía del cineasta. El viaje es un símbolo de cambio y en Nebraska éste se traduce en la comprensión de los personajes a Woody, que confluye en la paz familiar que al principio era completamente ausente en la película. David acaba comprendiendo a su padre, es más, le cede el placer de hacer creer a todo el pueblo que verdaderamente ha ganado 1 millón de dólares. Lo que al comienzo era desacreditar a su padre y confirmar su locura, se transforma en la alimentación de esa fantasía para reafirmar a Woody. Es el modo por el que se restructura esa familia. Lo que anteriormente era sueño del anciano dejar un legado a su familia para complacerles, ahora es el sueño del hijo para complacer a su padre. Para llegar a esa paz al final del viaje, se tienen que invertir los papeles. Ahora Quijote ya no parece estar tan loco. Ahora Sancho ya no parece estar tan cuerdo.
La verdadera magia de la película reside en un dramatismo cómico. Alexander Payne conforma un drama en la que exhibe las miserias humanas, pero al final del camino esas penas parecen disiparse. Los problemas no han desaparecido: Woody no ha obtenido más que una gorra como premio, David no ha conseguido volver con su exnovia y, más aún, ha perdido dinero pagando el compresor y la camioneta, Mrs. Grant ha discutido con toda la familia de su marido para mantener su integridad y no ha conseguido internarle en una residencia para poder vivir ella sin disgustos.
Entonces, ¿cuál es la varita mágica que nos hace a los espectadores terminar el viaje de Nebraska con una sonrisa? Posiblemente sea la ternura de los personajes, la mano maestra del director o la sensación de haber comprendido finalmente a Woody Grant, de haber acabado todos un poco más locos, de ser finalmente mucho más grandes que esos
vecinos avariciosos o de esos gigantes –molinos- que obstaculizaron nuestro camino.