Sólo ver la carátula, con las imágenes de los dos actores principales (Kenneth Branagh y Stanley Tucci) en sobreexposición cercana al fundido al blanco ya anticipa lo que el espectador verá durante el desarrollo de la película: La catadura moral del llamado "Carnicero de Praga", Reinhard Heydrich y su colaborador principal, Adolf Eichmann trasciende la propia fisonomía, a través de unos acerados ojos, que brillan sobre un rostro lívido.
La Conferencia de Wansee de desarrolla en un tono de aparente normalidad, mientras los integrantes de la reunión, (todos con responsabilidades elevadas en la jerarquía nazi) y al compás de una mezcla de halagos y amenazas van siendo sometidos a la voluntad de ese inquietante dios del mal, al que sus propios colaboradores denominaban la "bestia rubia".
La cadencia de los diálogos, en una atmósfera aparentemente amable; la intrascendencia de los temas tratados, al margen de la cuestión principal; el movimiento de la cámara y los enfoques a los personajes proporcionan un potente toque de verosimilitud, que integra al espectador y le convence de que lo que está viendo se halla muy cerca de la realidad del momento histórico que se desarrolló entre las paredes de aquella espléndida mansión.
Muy bien los actores, aunque (tal vez) a algunos de ellos (Colin Firth y David Threlfall, por ejemplo) les cueste disimular su origen británico en sus modos y maneras. La fotografía, en todo momento, magnífica.