Como los claroscuros de la espléndida fotografía, así se perfilan los personajes de esta historia minimalista y llena de matices. El viejo gagá vive con la ilusión de un premio millonario en el que -en el fondo- ni el mismo cree. El hijo perdedor le acompaña en su inmersión por el pasado, que es casi una bajada a los infiernos. El viejo es borracho, inconsciente y grotesco, pero los familiares y amigos que se va encontrando son mucho peores. El hijo es un don nadie, pero intenta hacer feliz a su padre, mientras el hermano mayor trinfa en la televisión. Y mientras, la cámara va haciendo un recorrido por el medio oeste americano, con sus praderas, su sustrato salvaje, su decadencia, sus personajes primarios y zafios. No es nada nuevo en el cine, pero aquí se cuenta con una sutilidad y una belleza impresionantes. Las interpretaciones son magistrales empezando por la de un Bruce Dern que cuesta diferenciar del personaje. Las historias son descarnadas, incluso brutales, pero a la vez creíbles y humanas.