El cristal de cine independiente convierte, para muchos espectadores, la mediocridad en obra maestra. Por ejemplo, si pones en vez de personas de vidas normales y con buena apariencia, a un conjunto de bichos raros, con pintas extrañas, con formas de ser que rozan el trastorno de personalidad, la bipolaridad o el autismo, que no se sabe de qué viven, ni qué les pasa y si me apuras, dónde viven, se obra el milagro de la transubstanciación de la materia. Pero en vez del vino y el pan, una película con formato próximo al casero, escaso presupuesto, mucho parlamento, cámara que se mueve en exceso, montaje confuso, un punto de irrealidad absurdo, amparado por la ciencia ficción, romance tonto y una trama simplona, deviene en genialidad. Pues no.

Concedo que la historia tiene algo romántico que la hace ser en potencia, bonita. Esta mezcla de deseo y recuerdos para impedir que alguien borre de su memoria a su amor pudiera haber llamado más la atención si la parte central hubiera estado mejor ejecutada. En realidad, los recuerdos no sirven para nada. De hecho, todo lo que vemos en ellos pueden ser experiencias de Joel (Jim Carrey) pero con una Clementine (Kate Winslet) que es pura fantasía. Encima, esos problemas que rompen la pareja siguen ahí pero Michael Gondry pasa por encima de ellos como una máquina aplanadora. Lo único bueno de la película es la idea, algo de humor y los actores, en especial las guapas Kate Winslet con el pelo de colores, me quedo con el rojo, y Kirsten Dunst.