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Voto de Hartigan:
9
Drama España franquista. Durante la década de los sesenta, una familia de campesinos vive miserablemente en un cortijo extremeño bajo la férula del terrateniente. Su vida es renuncia, sacrificio y y obediencia. Su destino está marcado, a no ser que algún acontecimiento imprevisto les permita romper sus cadenas. Adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes. (FILMAFFINITY)
9 de agosto de 2011
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son los años sesenta, aunque las imágenes bien podrían corresponder a un siglo antes, en la España de Franco y una familia malvive en un cortijo extremeño al servicio de los señores de las tierras. Por si no tenían ya bastante con la vida en la miseria, el duro trabajo y el trato indigno, han de mantener a tres hijos, una de ellos tetrapléjica y a un cuñado retrasado mental y ya viejo para trabajar.
La diferencia de jerarquías entre siervos y “señoritos” reflejada en esta adaptación de la novela homónima de Delibes está tan marcada y es tan brutal que cuesta creer que esto estuviera pasando en nuestro país hace 50 años. Camus logra mostrar, sin un atisbo de tremendismo, lo cual es de agradecer, escenas de los pobres campesinos, despojados de cualquier rastro de dignidad, corriendo en pos de sus señores como alma que lleva el diablo, confundiendo el respeto con la esclavitud, para realizar las tareas más duras y humillantes que se pueda uno imaginar y aceptándolas como si de regalos se tratara, tan sobrecogedoras que hacen que te hierva la sangre. Señores indolentes e inhumanos a los que solo les importan sus tierras, sus banquetes y el número de perdices que logran bajar en sus batidas de caza, y que recompensan el duro trabajo de sus fieles siervos con burlas veladas (y no tan veladas), palmaditas condescendientes en la espalda, un trato alejado de toda ética y alguna mísera limosna de cuando en cuando. Alguna escena de la película hace ver hasta qué punto aquella pobre gente estaba resignaba y aceptaba ese injusto status quo, sin ni siquiera llegar a soñar con una vida mejor. Pero, afortunadamente, el mundo cambia y hasta el siervo más sumiso tiene un límite.
Alfredo Landa, en el papel de Paco, el padre de familia, y Paco Rabal encarnando a su cuñado retrasado lo bordan con unas actuaciones sobrecogedoras. Landa pone los pelos de punta con sus sumisas súplicas, mientras que Rabal roba la escena cada vez que aparece en pantalla dotando a su personaje de un tierno y a veces hilarante encanto rústico y creando a un Azarías memorable (¡Milana bonita!). El resto del reparto está a gran nivel, destacando a un genial Juan Diego, que inspira tanta indignación y rabia que te dan ganar de colarte en la película y darle de bofetadas.
La guinda viene en forma un final que no por necesario y catártico deja de ser inesperado e impactante.
“Los santos inocentes” es una muestra de que en España, alguna vez que otra, aparece alguien que sabe hacer cine y sirve como homenaje a los cientos de historias como esta que quedaron en el olvido y recordatorio de una época en la que en España no había una, sino incontables pequeñas dictaduras.
Hartigan
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