Lars von Trier es considerado, a menudo, uno de esos directores que cuestan de digerir. Ya sea por la complejidad del mensaje, la forma en lo traslada a la pantalla o por la dificultad de adaptarse al ritmo del film.
Sin embargo, cuando vi esta película experimenté una especie de catarsis. Las imágenes del principio me parecieron impactantes por su calidad y belleza artística. La cámara consigue atrapar lo bello en un detalle. Acompañadas de esa potente banda sonora me mantuvieron expectante al desarrollo de una historia que me pareció interesante en la sinopsis.

En la historia, los personajes principales, Justine y Claire, protagonizan dos personalidades completamente diferentes en un contexto inevitable: el choque inminente entre el planeta Melancholía y La Tierra.
Personalmente, soy de los que piensan que una película te causa diferentes impresiones según el momento en que la veas. Probablemente yo no la he visto en mi mejor momento, y por ello he podido empatizar más con la apatía y desidia de Justine, que se hace extrema en la segunda parte de la película, y choca con la sensación de calma y control de su hermana Claire, cuyo estado de ánimo cambia a medida que avanza la película. He leído algunas críticas sobre la poca personalidad de los personajes, que si son herméticos a la hora de conocerlos, o que son meros instrumentos del director. No creo que sea así. Pienso que es un cine diferente, demasiado profundo en su mensaje, y todas las características de la película hacen que no podamos diseccionar cada una de sus variables sin tener en cuenta el producto final.

A mi me pareció un mensaje estremecedor: el planeta Melancholía a punto de impactar con la Tierra; la Melancolía a punto de destruir la Tierra. Desde mi punto de vista, el director es capaz de materializar las emociones humanas: la depresión, la melancolía, el abatimiento, la desazón. Hay muchos sinónimos en forma de palabras; encontrarlas es fácil, pero ponerles unas imágenes tan bellas es difícil. Y añadirle una historia, lo es más.