Domingo por la mañana, 5 bajo cero fuera. Me dispongo a revisar ‘La cosa’, novena entrega de la serie dominical. Hace al menos diez años que no la veo, y nunca en versión original, aunque me acerco a ella con el temor, siempre presente, de que no supere el juicio del tiempo. Mi taza de té rojo a rebosar, calentita, y en la otra mano el mando a distancia. Play.

Nada más empezar, comienzo a recordar algunos detalles. Qué mala puntería tienen los noruegos. Y sólo hay una mujer…la cosa. Y me da la sensación de que Carpenter siempre pone la misma música. El campamento base, es como un pueblo de mala muerte en medio del desierto –helado-. Western antártico. A ver si van a tener razón los que mayoritariamente rechazaron la película cuando se estrenó.

Pero noto que me sigue gustando. Se acabó el aburrimiento en la base. Y no será por falta de alicientes: billar, música, vídeos, petas, JB, Smirnoff… Ahora me doy cuenta de que todo va mejor sin tensión sexual. Suele joder la mayoría de situaciones de este tipo. Además, dudo que a comienzos de los ochenta hubiera alguna mujer trabajando en bases antárticas.

Comienzan las transformaciones y todo el mundo desconfía de los demás. La tensión se dispara y las pequeñas diferencias se revelan ahora en odios mortales. Nadie sabe a qué atenerse, porque se temen incluso a sí mismos. La cosa representa, por encima de una amenaza física contra la humanidad, el miedo a lo desconocido.

Los efectos especiales, nada de infografías, aún inexistentes, siguen siendo un referente en el género, pero es precisamente lo que menos me gusta, son demasiado gore, y pienso que la película hubiese ganado si el tratamiento de la criatura hubiera sido menos explícito, en la línea del ‘Alien’ de Scott, donde la criatura, más que mostrarse, se insinúa. Es ese exceso de gelatina el único pero que le pongo a Carpenter.

Y en cuanto a la música, monótona, cansina, que más parece del propio director que de Morricone, le calza como un guante a una historia opresiva como la que nos cuentan. El final, ambiguo, nada complaciente, hace que el autor de ‘Halloween’ se apunte otro tanto. Un clásico moderno.

Definitivamente, he entrado en calor.