24 de noviembre de 2007
117 de 141 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las premisas ineludibles que, a mi entender, debe cumplir a rajatabla cualquier peli merecedora de un 10 es que pueda revisarse con cierta periodicidad sin perder un ápice de personalidad o duende. Eso, en mi pueblo, lo denominamos magia. Y, para mi, “Casablanca” la tiene a espuertas.
Tal vez por ser un mitómano confeso, tal vez porque me dejo seducir con facilidad... qué sé yo... el caso es que la peli de Curtiz es de aquellas que me quita el aliento, que me hace soñar y que me transporta a un escenario tan legendario y embriagador como la mismísima corte del Rey Arturo para experimentar como si fuera en carne propia una amarga historia de amor con guarnición bélica incluída. ¿Exagerado? ¿ridículo?. Más de uno esbozará un cínico retozo o gemirá compulsivamente como una hiena. Me la suda, listillos. Prefiero regocijarme revolcándome como un lechón en el barro viendo “Casablanca” que entrar en trance con "Largo domingo de noviazgo" o "Lost in translation". Dios me libre.
El affaire entre Rick e Ilsa nunca dejará de ser grande por mucha inverosimilitud o topismo que se le adjudique. “Casablanca” es excepcional y sublime precisamente por la esencia ecuménica de su ADN. Vaya, que es tan universal, popular y tremenda como una buena paella. En lo que respecta a hábitos conductuales, probablemente ninguno de nosotros actuaría como lo hace Rick pero, joder, no me digáis que no flipáis con su portentosa exhibición de huevos de plomo (...perdón, de aplomo). De las que crean escuela. Yo, de mayor, quiero ser como Bogey.
Por cierto, calificar a Humphrey de paleto resulta tan disparatado como tomar un autorretrato de Camilo Sesto por un Picasso.
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