Pocos directores del panorama cinematográfico actual son capaces de abordar el género dramático como lo hace Fatih Akin. Se me ocurren Von Trier, Egoyan y Kaurismäki. Eastwood e Iñárritu, quizás también. Pero pocos más pueden hacerlo con la eficacia y contundencia de Akin. Obviando la lagrimita fácil y la moralina barata. Con un par.

“Al otro lado” corrobora, además, la sorprendente y vertiginosa eclosión del cineasta turco, puesto que mantener -e incluso superar, a mi juicio- el listón alcanzado con su soberbia “Contra la pared” resultaba poco menos que impensable hasta para su público más devoto.

La peli de Akin es brillante porque tanto su forma como su contenido son sumamente interesantes para el espectador. Incluso para todo aquel amamantado a base de cine comercial americano puro y duro. La mejor cualidad del turco es que todo aquello que consigue transmitir (en este caso, tristeza, nostalgia, desesperación, culpabilidad, fidelidad, redención, esperanza...) se canaliza a través de una trama argumental muy bien urdida que nunca decae y que penetra con inusitado vigor en la conciencia y sensibilidad del espectador, haciéndole plenamente partícipe de todo cuanto acontece en la pantalla. Jamás Estambul, la antigua Bizancio, había estado tan lejos y tan cerca de nosotros, los occidentales. ¿Quién sino un perspicaz turco afincado en Alemania podría plantearnos semejante paradoja de forma más diáfana?.

Un bonito paradigma, en definitiva, de cómo el cine europeo de calidad no siempre debe ser sinónimo de tostón.