Tras el agridulce éxito de una “Brave” que recibió las habituales críticas positivas (aunque sin tanto fervor ni referencias a esa excelencia que había acompañado a películas Pixar inmediatamente anteriores) y fue acogida con cierta frialdad entre el público, da la sensación de que Pixar entendió el mensaje y sacó conclusiones. Bueno, realmente una conclusión fundamental: no tomar al espectador por estúpido, que se podía instanciar en dos premisas. Primero, si quieres participar de las corrientes sociales del momento y hacer una película protagonizada por chicas, hazla, pero no alardees de ello. Simplemente hazla. Busca una buena historia con buenos personajes, ruédala y promociónala sin más como tu nueva película. Calentar la cabeza al público con consignas de que si es tu primera película así o asá o que ya era hora de hacer las cosas así o asá, sólo sirven para alertar al espectador de que no va a ver lo mejor que le pueden ofrecer sino, con suerte, lo mejor que se les ha ocurrido en base a unos criterios ajenos a la calidad. Segundo, relacionado con lo anterior, no alteres o restrinjas la creatividad para satisfacer esas demandas sociales. No te autocensures. Si en la idea original, los personajes claves tienen que ser chicos blancos, haz que sean un chicos blancos y ya se te ocurrirá otra historia que admita personajes de otras razas, géneros y condiciones sexuales. Total, el que quiera criticarte lo va a hacer de todos modos porque nunca vas a lograr una película mínimamente comercial que encaje con las pajas mentales que ciertos colectivos tienen en su imaginario.

Así que, complejos fuera, Pixar volvió al buen camino con una “¡Rompe, Ralph!” pensada para conectar con el espectador apelando a la nostalgia. Una nostalgia basada en la época dorada de los videojuegos en la que el 90% de los chavales que tenían la suerte de tener un Spectrum o un Amstrad eran chicos y, por tanto, los protagonistas de esos videojuegos eran chicos. Chicos, todo hay que decirlo, con mucho más sentido común (fruto de una educación mucho más seria y riguroso) que no tenían ningún problema cuando títulos como “Saboteur 2” o “Lorna” tenían protagonistas innecesariamente femeninas. Lo aceptábamos sin más y nos poníamos a jugar sin hacer dramas. En “¡Rompe, Ralph!” predomina la aventura con una trama algo más superficial que títulos Pixar previos, sin apenas más moraleja que el «no juzgues a la gente por las apariencias» necesaria de manera puntual para hacer evolucionar la trama. Desde luego no digo como algo negativo. Hablamos de una aventura en la más pura acepción de la palabra, una ficción tecnológica plagada de giros y sorpresas que lleva a los protagonistas a sumergirse y formar parte de toda clase de conocidos videojuegos. Algunos son juegos de hoy en día conocidos por todo el mundo, mientras que otros son auténticos clásicos que ofrecen guiños que tocan el corazón de los que tuvimos el privilegio de crecer con ellos. Sin tanta psicología ni juegos emocionales, “¡Rompe, Ralph!” no deja de conmover y tocar fibras que no te esperas.

Una aventura con el esperado nivel técnico de Pixar, pero muy bien pensada y trabajada para hacerla entretenida, inteligente y estimulante para todos… y conmovedora para muchos. Que la película provoque ganas de montar un emulador de Amstrad y volver a cargar ciertas joyas como el “Camelot Warriors”, “Livingstone, supongo” o “Las tres luces de Glaurung” dice mucho de su nivel de éxito de conexión con el público.