“The amazing Spiderman” es el claro ejemplo de cómo hacer una buena película, esforzarse en que sea interesante y colocar actores de primer nivel, no siempre asegura obtener un buen resultado. Están también los llamados intangibles, esos factores aleatorios e imprevisibles que rodean la película, sobre los que poco o ningún control tienen los responsables y que pueden lanzarla por encima de sus posibilidades o hundirla por debajo de lo que se merece.

En este caso, esos elementos concurrieron en forma de tormenta perfecta que probablemente no la hicieron fracasar -desconozco los resultados de taquilla- pero sí la han relegado a un olvido que artísticamente no se merecía, aunque, visto lo visto, es lo mejor que le podía pasar. Para empezar, el momento elegido para resetear la franquicia no era el más propicio. Los espectadores aún teníamos en mente la colorista saga de Raimi, Maguire y Dunst que hizo revivir el género de superhéroes (junto con X-men lo convirtió en un género digno y respetable) pero Universo Vengadores aún no había tomado forma, por lo que una película tan oscura e intensa como ésta se quedaba en una tierra de nadie con la que costaba identificarse.

Por otro lado, dedicar un buen rato a revivir el episodio cero de Peter Parker con la archiconocida transformación en superhéroe, tampoco ayudaba a meterse en faena. De nuevo, la saga Raimi estaba demasiado fresca y los lugares comunes eran demasiado comunes y los lugares no comunes se antojaban transgresiones artificiosas para forzar diferencias que justificasen una revisión.

Como remate, la elección de protagonistas de primera fila como Emma Stone y Andrew Garfield resultó ser un arma de doble filo. Su enorme potencial como reclamo, quedó ensombrecido por la más absoluta falta de química entre actores principales que yo recuerde. No sólo fracasan como pareja, sino también en lo individual, como si cada gesto, cada pose, fuese una tortura pensando (con parte de razón) que estaban llamados a cosas de más enjundia y que cada línea de diálogo les encasillaba en unos personajes poco glamourosos de los que pronto se iban a avergonzar. En el caso de Garfield, no creo que terminara de entender su papel y se dedicó a dotar de psicología cada segundo de plano, poniendo continuamente caras de sufrimiento y/o cordero degollado sin venir a cuento y amargando el visionado de una obra que se supone de aventuras.

Así las cosas, sólo puedo alabar la tarea de dirección de un videoclipero con Marc Webb, que hace una buena película lastrada por todo lo anterior que, indudablemente, hubiera triunfado unos años antes y, probablemente, hubiera también triunfado unos años después.