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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
5
Drama En 1981 el famoso escritor Antonio Miguel Albajara (Antonio Ferrandis) llega a Gijón, su ciudad natal, procedente de Estocolmo, donde acaba de recibir el premio Nobel de literatura. Durante cuarenta años ha sido profesor de Literatura Medieval en la prestigiosa Universidad de Berkeley (California), donde ha alternado su labor docente con la producción literaria que le ha dado fama mundial. (FILMAFFINITY)
6 de marzo de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
José Luis Garci es un tipo que despierta pasiones encontradas: recibe espumarajos de odio por doquier, y cuenta con un reducto de admiradores inasequibles al desaliento. Durante 34 años me he resistido a los cantos de sirena de Volver a empezar, primera película española en recibir el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, porque si bien no odio a Garci (no me parecen mal Asignatura pendiente, El crack o Tiovivo c. 1950; de las demás me he mantenido alejado prudentemente), aún recuerdo aterrado el visionado de Ninette, en la cual, aparte de desnudar (poco) a Elsa Pataky, destruye con saña la obra de Miguel Mihura. Volver a empezar, digámoslo de una vez, es una película tramposa, sentimentaloide, almibarada, impune e impúdicamente nostálgica, y poco creíble. Sí, Gijón y la costa cantábrica salen muy bien fotografiadas, pero al final te entran ganas de coger tu disco del Canon de Pachelbel y arrojarlo por la ventana. ¿Y por qué utilizar la versión de los Pop Tops, cuya letra era una soflama antirracista y no tiene nada que ver con la historia que nos están contando? Lo que redime en última instancia a Volver a empezar son los actores. Ferrandis está en su punto, Encarna Paso aporta un plus de sensibilidad, y el inmenso José Bódalo está como siempre, es decir, excelente. Por desgracia, el pobre Agustín González ha de lidiar con un personaje tan caricaturesco que de nada sirven sus esfuerzos. No recuerdo con qué película competía aquel año por el Oscar el film de Garci, pero se nota que los académicos de Hollywood querían premiar otra cosa, tal vez el mensaje que destila la conversación del protagonista con el rey Juan Carlos: de vergüenza ajena. En fin, otro deber cumplido.
Eduardo
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