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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
8
Drama En el Madrid de 1968, la triste vida cotidiana de una familia cuyos padres combatieron por la República se ve interrumpida por la aparición de un hermano que tuvo que exiliarse en Argentina. (FILMAFFINITY)
26 de noviembre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante esta semana que la 2 ha dedicado a Fernando Fernán Gómez hemos podido degustar dos películas difíciles de ver, la cargante ¡Bruja, más que bruja! y la poética El mar y el tiempo, una de las grandes obras de su autor, poseedora de una sensibilidad que fluye delicadamente desde las primeras escenas.
Un hombre ya mayor vuelve del exilio, desde Buenos Aires, a la España de finales de los 60. Se reencuentra con su hermano y su madre, una mujer de fuerte temperamento propensa a los cambios bruscos de humor, la pérdida de memoria y los estallidos de cólera. También se reencontrará con otros personajes de su ya lejano pasado.
El mar que separa las orillas, América de España; el tiempo, inmisericorde, que ha transcurrido y cambiado las vidas de manera irreversible. De la misma forma que la madre no reconoce al hijo pródigo, el exiliado ya no reconoce el país que dejó atrás, ni comprende a la nueva generación que hace la revolución de una forma ajena a él. No se puede volver atrás, cadenas de amargura y dolor atenazan a los que se quedaron y lograron sobrevivir al franquismo. Todo esto lo cuenta Fernán Gómez con ternura exenta de sentimentalismo. Los momentos cómicos se alternan con los dramáticos con la mayor naturalidad, como sucede en la vida real. Para alcanzar sus fines, se rodea de un reparto que sólo puede calificarse de glorioso: Rafaela Aparicio, esa chacha gritona que en los últimos años de su vida demostró la enormidad de su talento; el argentino Pepe Soriano, que expresa con maestría la perplejidad, el desconcierto, la melancolía del exiliado; unas jóvenes Aitana y Cristina, que ya prometían un futuro esplendoroso; el propio Fernán Gómez, muy contenido; una imbatible secuencia breve con Manuel Alexandre, nuestro querido abuelo anarquista de El año de las luces, que nos deja suspendidos de sus palabras; y la guinda del pastel, la inconmensurable escena con María Asquerino, justamente ganadora del Goya a la mejor secundaria del año, a la que bastan cinco minutos y un monólogo brutalmente demoledor para resumir la rabia, el dolor y la amargura de los vencidos, de los olvidados...
En suma, una gran película que ningún cinéfilo debería perderse.
Eduardo
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