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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
7
Intriga. Cine negro Un hombre de negocios cuya empresa está en quiebra decide fingir su propia muerte con la complicidad de su esposa y el amante de ésta, un médico que se encargará de firmar el certificado de defunción. Así podrá cobrar un seguro de vida de cinco millones de pesetas, y los amantes tendrán el camino libre para casarse. (FILMAFFINITY)
17 de septiembre de 2018
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los culpables es una película hoy olvidada, pero por suerte Historia de nuestro cine ha decidido exhumarla. Porque se trata de una obra bastante valiosa en el marco de lo que podríamos denominar el noir catalán que se desarrolla y muere entre mediados de los 50 y mediados de los 60, una década que, pese a las dificultades económicas y la voraz tijera de la censura, dio sus frutos con algunos títulos notables y a reivindicar. Josep Maria Forn se inició en dicho género, con títulos de cierto empaque como ¿Pena de muerte? y La ruta de los narcóticos, pero Los culpables es una perla oculta.Está basada en una obra del dramaturgo Jaime Salom, muy de moda en la época (era de buen gusto alardear de ir a ver sus piezas, por lo que me han dicho), lo cual le permitió a Forn meter algún gol a Madame la Censura.
El principio no puede ser más prometedor: asistimos a un adulterio sin el menor disimulo ni coartada moral. La esposa (Susana Campos, argentina; las españolas no podían ser infieles) de un acaudalado empresario se lo monta con un médico en una habitación que les alquila una pájara de mucho cuidado (Ana María Noé, prestigiosa actriz teatral). El marido, que lo sabe todo y se la suda, les hace una propuesta interesante: fingir su propia muerte, evadir cinco millones de pesetas y dejarles el terreno libre para que se puedan casar. Nunca en el cine español se había plasmado algo semejante. Pero la trama da muchas vueltas y he de mantener la boca cerrada.
Forn filma con gusto y elegancia. Aprovecha la belleza del casco antiguo de Girona para rodar una primera escena, en la que seguimos a Arlette (ya se sabe, todas las francesas son putas) por las estrechas callejuelas bajo una lluvia pertinaz. La fotografía de Ricardo Albiñana es ejemplar, con un B&N deslumbrante y límpido. La partitura de Federico Martínez Tudó, un clásico de su tiempo, puntea magistralmente la narrativa, siempre en un tono doloroso y melancólico que evoca a la perfección las angustias de la pareja protagonista. Susana Campos compone con corrección su personaje. Fue una actriz desaprovechada, que a partir de los 70 ingresó en la televisión y se hinchó de aparecer en culebrones. En cuanto a Yves Massard, es lo más flojo de la cinta, y su carrera posterior no fue para tirar cohetes. Tomás Blanco, en el papel del marido tolerante y manipulador, se los come a los dos sin ni siquiera despeinarse el peluquín. Félix Fernández, que encarna al comisario Ruiz, ejemplifica la gran calidad de los secundarios en el cine español.
De modo que tenemos adulterio sin moralina, "externalización" de caudales al extranjero, alcahuetas chantajistas y una protagonista de muy dudosa moral, como aprenderá más adelante el buen doctor. No está nada mal para una obra de 1962. No perdáis detalle: en la escena final, sobre una toma de Susana Campos con la boca cerrada, se oye su voz diciendo unas cosas que no tienen sentido en relación con lo visto y oído anteriormente. Ésa fue la intervención a la desesperada de la censura. Pero no logró atenuar el valor y la osadía de esta película a descubrir y defender a capa y espada.
Eduardo
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