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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Comedia. Drama Melinda (Radha Mitchell) sufre dos crisis completamente diferentes que dan lugar a situaciones cómicas y dramáticas, que sirven para abordar las cuestiones recurrentes del cine de Allen: la fragilidad del amor, la infidelidad dentro del matrimonio, el romance sofisticado, la incomunicación. (FILMAFFINITY)
15 de febrero de 2017
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Cuatro amigos reunidos en una cena se ponen a cavilar sobre la tragedia y comedia de la existencia.
Es el mejor momento, aquel en el que nos convertimos en filósofos frente a la copa de vino de una noche cualquiera, como un burdo teatrillo de los tiempos antigüos en los que había que discutir semejantes cuestiones con una vaga capa de trascendencia.
Quizá se necesita menos, quizá las grandes preguntas deben estar reducidas a esto: a buscar una respuesta que se nos acabará escapando, poso de una cena en la que nos pillan hablando demasiado tiempo sobre algo, la vida, que bien pensado no tiene mucho sentido.

'Melinda y Melinda' es, por grave que suene, un intento de constatar que la vida solo es tragedia o solo es comedia, y no hay mucho más aparte de eso. El vacío de la tristeza sin fin, o el extraño cúmulo de casualidades y equívocos que pueden llegar a hacer gracia. Y como ya hemos convenido que a las trascendentes reflexiones les sienta bien una capa de humildad, la historia empieza de verdad en otra reunión de amigos, con mucho más en juego que dejar clara tu postura sobre los azares de la rutina.
Melinda aparece en esa reunión de amigos, de puro improviso, llamando la atención, incomodando e incordiando, fascinando, capitalizando el momento. Ella es la llave de esa tragedia o esa comedia, el elemento disruptor que acabará precipitando una u otra en las manos de los dionisíacos directores que rigen su utilidad.
Y a partir de entonces las sensaciones y ambiciones de ese grupo de amigos irán cambiando en torno a ella, a veces justificadas por su presencia, a veces convenientemente expiadas por su actitud a contracorriente.

Lo que queda claro es que necesitamos motivaciones: estímulos para perseguir de una vez el trabajo soñado, para atrevernos a hablar con la persona indicada, para movernos de una vida equivocada.
Frente a eso, Melinda y Melinda adquieren la responsabilidad no buscada de ser las particulares ruletas de la fortuna de un puñado de insatisfechos vitales, que se creen merecedores de algo más y encuentran en la mujer que no encaja la inspiración suficiente para ir a por ello. La llenan de expectativas, la convierten en el faro que señala el camino que no se debe pisar, y luego la juzgan duramente cuando Melinda se equivoca o no actúa como ellos habían previsto que se comportara.
La gracia o la tragedia del asunto es que todo el mundo se revela falible e interesado, y eso es algo que puede verse del color que más nos guste: como una infinita red de interacciones calamitosas o como un alegremente desorganizado caos que a fuerza de irse a la mierda acabará encontrando su particular orden.

Habría que romper una lanza por las Melindas del mundo.
Los oscuros objetos de deseo, las agitadoras de conciencia, las inalcanzables perfecciones que guarda esta dolorosa o graciosa, pero a fin de cuentas imperfecta, vida.
Parecería que ellas no tienen ni voz ni voto en lo que se trama a sus espaldas, y ni siquiera pueden darse el gusto de ir por libre, pues siempre aparecerá quien les diga "deberías emparejarte con este chico" o "no puedes vivir sin ayuda". Como si no fuera precisamente ese intento de "vuelta al redil" por los supuestamente cuerdos lo que acaba por encontrarles un sentido a sus insatisfacciones ocultas.
Ella(s), muy al contrario, es(son) la heroína de la historia, siempre buscando una verdadera melodía, ajena al venenoso "qué dirán" que tantas veces nos frena, evitando orgullosamente las trampas que los celos y las envidias provocan, arrastrando una historia personal que desgrana(n) sinceramente a la primera oportunidad, antes de lanzarla grotescamente al primer enamorado en busca de paz que llame a su puerta.

La verdad es que estamos más solos, somos más manipuladores, y más convenidos de lo que nos gustaría aceptar.
Y ese es un plato de dos sabores que la mayoría de las veces no puede evitarse mezclar: la amarga tragedia y la dulce comedia son solo ingredientes de esa caótica cena llamada "vida".
Charles
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