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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Aventuras. Fantástico A comienzos del siglo XX, Sir Anthony Ross, un hombre adinerado de Londres, organiza una expedición rumbo al Ártico con la esperanza de encontrar a su hijo desaparecido, pero lo que encuentra es un reino vikingo... (FILMAFFINITY)
22 de septiembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada más empezar 'La Isla del Fin del Mundo' una gran orquesta sinfónica nos da la bienvenida, acompañada de increíbles imágenes a medio camino entre la realidad y el sueño.
Es el pie perfecto para lanzarnos más allá de nuestra imaginación, preparándonos para lo que vamos a ver a continuación: casi se diría que esas imágenes pretenden ser frescos históricos, y no creaciones fantasiosas de un mundo imposible.

Lejos de minimizarse, el sabor a "aventura de siempre" se mantiene incluso en el carácter de sus personajes: todos sabemos que esta expedición a los confines del Ártico necesita a un escéptico de buen corazón como el Profesor Ivarsson, pero también un entusiasta con un punto de demencia como Anthony Ross. No necesitan ser iguales, no cuando queda claro que son grandes amigos, y ambos comparten curiosidad sobre la misteriosa bahía a la que van a morir las ballenas.
Pero esa curiosidad tampoco es el motivo principal del viaje. Hace dos años, Anthony perdió a su hijo Donald tras anunciar que se marcharía a visitar el particular cementerio natural, y en sus palabras se reviste la sutil amargura que deja el saber que te equivocaste juzgando a un ser querido, sin posibilidad de arreglarlo.
Para Ivarsson, este viaje va de ser cómplice y confidente casi a la fuerza, pero para Ross es una oportunidad de hacer las paces con su legado familiar.

Claro que toda buena aventura necesita un elemento de asombro, y ese será el Hyperion, un gigantesco globo aerostático con forma de bestia legendaria, que puede surcar las corrientes oceánicas a manos del habilidoso capitán Brie. No es hasta verlo zarpar a la luz del atardecer que pensamos ahora sí, ahora comienza el increíble viaje.
Y es curioso cómo se enfrentan los distintos modos de apreciarlo entre sus tres tripulantes: la historia pone en boca de sus protagonistas reflexiones sobre la gloria del descubrimiento, la emoción de lo desconocido y el reconocimiento mediático merecido, sin perder de vista que los tres hombres se han embarcado no por una certeza, sino por una simple posibilidad. En poco tiempo, uno aprende a apreciarles por sus intereses y sus esperanzas, pero también a temerlos por sus exigencias, como demuestran los brotes maníacos de un Ross que preferiría arriesgar toda su tripulación a retrasar la búsqueda de su hijo.

Todo el tiempo invertido en conocerles da sus frutos, pues nos pone en su punto de vista y fija los pies en la tierra de una fantasía que de otro modo habría parecido muy "blanda": sería fácil centrar la atención en lo extraordinario, pero estos hombres ya nos dan una referencia de lo ordinario.
Por eso es por lo que, una vez llegan a la tierra más allá de los hielos árticos, nuestro asombro es mil veces mayor, porque sus vivos colores contrastan con el monocorde azul que hemos dejado atrás. Allí, la vida se abrió paso en forma de sociedad vikinga, terriblemente aislada pero también confiadamente feliz. Apenas un pequeño testimonio de que el ser humano sí puede aspirar a la armonía, aunque sea porque no pretende ansiar más que lo que ve.
Las majestuosas 'matte-paintings' crean un mundo que todos los efectos científicos podría ser imposible, pero que se nota vivo y real en cada casa, habitante, ropa o estatua... sin efectos digitales o cromas verdes. Es el triunfo de la recreación, doblemente grandioso porque en su época de estreno se prescindían de las herramientas digitales, y no por eso aquí se ha dejado de conseguir una sociedad realista que desafía a la fantasía.

El descubrimiento, sin embargo, no podía ser perfecto: Asgaroth, la aldea vikinga, ha sobrevivido durante décadas oculta entre la bruma porque sus habitantes han aprendido a temer la influencia del mundo exterior, el cual creen que solo es un desierto helado con un puñado de extraños pobladores que sobreviven a monstruos legendarios.
Es un punto de vista de la historia que arroja interesantes interrogantes sobre la naturaleza del pueblo encontrado: ¿habitará dentro de esos pueblerinos la curiosidad malsana hacia el exterior? ¿conocerán sus mayores y líderes el azote del progreso y ven a su rebaño como una sociedad que, si bien limitada, es perfecta? ¿sabe el fiero líder Godi sobre la maldad humana y por eso condena a los recién llegados extranjeros?
Aunque hubiera tiempo para desarrollar estas preguntas, su mero planteamiento ya deja espacio a curiosas reflexiones. Pero no podemos olvidarnos que esta es una película de aventuras, y como tal, se perdona que deje todo eso sin contestar, que tire parte de la suspensión de incredulidad por la ventana, y que nos sumerja en una persecución por las tierras de Asgaroth en la que visitamos frías cuevas de hielo cristalino, o estepas volcánicas que se asemejan al mismísimo infierno.

Aún con todo, y pasado el ruido, esta historia habla en términos sencillos sobre la satisfacción personal y comunal, una valiosa virtud que nunca hay que pisotear bajo la ignorancia o la superstición, por muy sagradas que sean las manos que lo incitan.
Y por ello no rechaza terminar con una nota más triste de lo habitual: la isla del fin del mundo nunca será una atracción turística de los medios, que solo despedazarían sus maravillas, sin un gramo de sensibilidad por ellas o por las gentes que las conservaron. Es mejor que siga siendo un paraíso oculto, un recuerdo dudoso, una aventura inolvidable.

Dice Ivarsson que puede que, en el futuro, "fuera el último refugio de la humanidad".
En el caso de que así sea, debe ser tranquilizador que, por encima de sueños de grandeza, hayan querido conservarlo.
Charles
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