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Voto de Charles:
8
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5.5
1,921
Drama
Ben y Rose son niños de dos épocas distintas, que desean en secreto que sus vidas sean diferentes. Ben sueña con el padre que nunca conoció, mientras Rose lo hace con una misteriosa actriz, cuya vida condensa en un cuaderno de recuerdos. Cuando Ben descubre una pista en su casa, y Rose lee un tentador titular en el periódico, ambos comienzan una búsqueda que se desarrollará con una fascinante simetría. (FILMAFFINITY)
8 de enero de 2018
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Todos estamos en el barro, sólo que algunos miramos las estrellas"
En los primeros compases de esta melodía de otra época, tocada a dos tiempos, Ben se despierta y se queda pensando en la oscuridad sobre el significado que tiene esa sentencia.
Es algo que le retrotrae a otro momento, a una madre que se fue con un enigma que se esfumó sin llegar a conocerlo, y el significado de esa frase de repente se queda pequeño si lo limita a eso, o bien crece desproporcionado, fuera de abstracciones, apuntando a su propio misterio: "¿qué significado tiene... para ti?"
'Wonderstruck: El Museo de las Maravillas' es, antes que nada, una exquisita pieza de artesanía.
Una de esas historias condensada en fotogramas y sonidos, material muerto que, sin embargo, podría formar parte de cualquier museo, porque el significado que encierra sobrepasa cualquier utilidad "real" que se le podría dar.
A menudo nos olvidamos de esa capacidad que tiene un objeto para encerrar misterios e historias, pero esta película juega a recordarnos precisamente eso: todos somos los cuidadores de nuestro propio museo, almacenando piezas sin valor que, examinadas, guardan todo lo que somos, y el lugar que ocupamos en ese enorme gabinete de maravillas que viene a ser el momento en que vivimos.
Hay que darle mil millones de gracias a Todd Haynes por prescindir de la palabra y el ruido directo, para centrarse única y exclusivamente en la conexión humana, sostenida en intentos por comunicarse, lenguaje de signos y cachivaches que encierran significados.
Exponiendo con eso que quizá perdemos algo cuando hablamos sin contar nada, como retrata la triste estampa de una niña sorda saliendo por última vez del cine que se abre paso a las películas sonoras: un naufragio sutil y delicado, que transpira dolor porque, entre tiempos cambiantes, se le ha privado de la única manera que tenía de entender el mundo.
Todos en algún momento hemos sentido esa cuerda desatada, ese callejón sin salida, que pide un encuentro entre lo que sentimos y qué momento vivimos, y las más de las veces nos obliga a llenar nuestros propios museos, en busca de ese objeto que sea capaz de unir quiénes somos y dónde nos corresponde estar.
Ben y Rose se sienten así, separados entre el 1977 y el 1927 respectivamente, pero ambos se encuentran con un enigma que no les aisla: un marcapáginas que guarda la prueba de un padre que le espera en el caso del primero, y una actriz que habla en emociones entendibles en el caso de la segunda.
Ambos han almacenado sus maravillas, animales de plástico y ciudades con textura de revista, pero siempre han carecido de un significado que les dé sentido, y por eso se lanzan a la aventura del Nueva York que les llama, porque ya va siendo hora de dejar de admirar objetos vacíos, y seguir un hilo que les hace mirar las estrellas fuera del barro en el que han vivido.
Podría ser la historia de una madurez, como siempre, pero es la historia de un descubrimiento: el que guardan sitios y personas desconocidas, que algún día dejaron huellas de lo que sentían, y consiguieron despejar la incógnita de a dónde pertenecían.
Pese a su paralelismo espiritual, las búsquedas de Ben y Rose no son la misma: ella pertenece a un escalón familiar que por diversos motivos no puede abandonar, y él ha quedado huérfano y desamparado, con sólo un puñado de trozos de pasado que le recuerden de dónde ha venido.
En ese punto, el Museo de Historia Natural de Nueva York y la Exposición de Queens se dan la mano, siendo elementos totalmente antagónicos, símbolos de otras épocas que se antojan misterios, y que sin embargo, en su generalidad, también guardan piezas de esos museos personales de cada uno, porque nadie que pueda crear y sentir lo hace sin dejar un pedazo de si mismo en ambas acciones: somos criaturas que no podemos evitar comunicarnos, aún a pesar de las eras, los sufrimientos y los silencios.
Es un sentir maravilloso que esta historia recrea mejor que nada, que también nos impulsa a seguir los viajes de los dos niños pese a no saber nada, y finalmente nos emociona al ver que somos nosotros quienes dotamos de significado lo que hemos amado.
Para muchos, un museo, un animal disecado, una película, sólo serán cápsulas de pasado, que pueden guardar emoción pero no significado.
Por eso, la verdadera maravilla de esta fábula norteamericana es decirnos que te puedes dejar inundar por lo que alguien ha dejado, y de esa historia que no has vivido puedes sacar una propia, con la que otros se fascinarán como si les hubiera caído un rayo.
(No por casualidad, 'Wonderstruck' podría verbalizar una expresión para ese momento en que algo nos maravilla, y queremos saber más)
Pero lo mejor, lo más hermoso, el verdadero museo que nos querían mostrar, es la conexión entre personas de diferentes generaciones, admirando las estrellas que siempre veían, por fin haciéndose compañía.
Verdaderas y puras maravillas.
En los primeros compases de esta melodía de otra época, tocada a dos tiempos, Ben se despierta y se queda pensando en la oscuridad sobre el significado que tiene esa sentencia.
Es algo que le retrotrae a otro momento, a una madre que se fue con un enigma que se esfumó sin llegar a conocerlo, y el significado de esa frase de repente se queda pequeño si lo limita a eso, o bien crece desproporcionado, fuera de abstracciones, apuntando a su propio misterio: "¿qué significado tiene... para ti?"
'Wonderstruck: El Museo de las Maravillas' es, antes que nada, una exquisita pieza de artesanía.
Una de esas historias condensada en fotogramas y sonidos, material muerto que, sin embargo, podría formar parte de cualquier museo, porque el significado que encierra sobrepasa cualquier utilidad "real" que se le podría dar.
A menudo nos olvidamos de esa capacidad que tiene un objeto para encerrar misterios e historias, pero esta película juega a recordarnos precisamente eso: todos somos los cuidadores de nuestro propio museo, almacenando piezas sin valor que, examinadas, guardan todo lo que somos, y el lugar que ocupamos en ese enorme gabinete de maravillas que viene a ser el momento en que vivimos.
Hay que darle mil millones de gracias a Todd Haynes por prescindir de la palabra y el ruido directo, para centrarse única y exclusivamente en la conexión humana, sostenida en intentos por comunicarse, lenguaje de signos y cachivaches que encierran significados.
Exponiendo con eso que quizá perdemos algo cuando hablamos sin contar nada, como retrata la triste estampa de una niña sorda saliendo por última vez del cine que se abre paso a las películas sonoras: un naufragio sutil y delicado, que transpira dolor porque, entre tiempos cambiantes, se le ha privado de la única manera que tenía de entender el mundo.
Todos en algún momento hemos sentido esa cuerda desatada, ese callejón sin salida, que pide un encuentro entre lo que sentimos y qué momento vivimos, y las más de las veces nos obliga a llenar nuestros propios museos, en busca de ese objeto que sea capaz de unir quiénes somos y dónde nos corresponde estar.
Ben y Rose se sienten así, separados entre el 1977 y el 1927 respectivamente, pero ambos se encuentran con un enigma que no les aisla: un marcapáginas que guarda la prueba de un padre que le espera en el caso del primero, y una actriz que habla en emociones entendibles en el caso de la segunda.
Ambos han almacenado sus maravillas, animales de plástico y ciudades con textura de revista, pero siempre han carecido de un significado que les dé sentido, y por eso se lanzan a la aventura del Nueva York que les llama, porque ya va siendo hora de dejar de admirar objetos vacíos, y seguir un hilo que les hace mirar las estrellas fuera del barro en el que han vivido.
Podría ser la historia de una madurez, como siempre, pero es la historia de un descubrimiento: el que guardan sitios y personas desconocidas, que algún día dejaron huellas de lo que sentían, y consiguieron despejar la incógnita de a dónde pertenecían.
Pese a su paralelismo espiritual, las búsquedas de Ben y Rose no son la misma: ella pertenece a un escalón familiar que por diversos motivos no puede abandonar, y él ha quedado huérfano y desamparado, con sólo un puñado de trozos de pasado que le recuerden de dónde ha venido.
En ese punto, el Museo de Historia Natural de Nueva York y la Exposición de Queens se dan la mano, siendo elementos totalmente antagónicos, símbolos de otras épocas que se antojan misterios, y que sin embargo, en su generalidad, también guardan piezas de esos museos personales de cada uno, porque nadie que pueda crear y sentir lo hace sin dejar un pedazo de si mismo en ambas acciones: somos criaturas que no podemos evitar comunicarnos, aún a pesar de las eras, los sufrimientos y los silencios.
Es un sentir maravilloso que esta historia recrea mejor que nada, que también nos impulsa a seguir los viajes de los dos niños pese a no saber nada, y finalmente nos emociona al ver que somos nosotros quienes dotamos de significado lo que hemos amado.
Para muchos, un museo, un animal disecado, una película, sólo serán cápsulas de pasado, que pueden guardar emoción pero no significado.
Por eso, la verdadera maravilla de esta fábula norteamericana es decirnos que te puedes dejar inundar por lo que alguien ha dejado, y de esa historia que no has vivido puedes sacar una propia, con la que otros se fascinarán como si les hubiera caído un rayo.
(No por casualidad, 'Wonderstruck' podría verbalizar una expresión para ese momento en que algo nos maravilla, y queremos saber más)
Pero lo mejor, lo más hermoso, el verdadero museo que nos querían mostrar, es la conexión entre personas de diferentes generaciones, admirando las estrellas que siempre veían, por fin haciéndose compañía.
Verdaderas y puras maravillas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Adoptando la forma de un película silente de 1920, Haynes toca el cielo de la sutileza: ni sabemos que Rose es sorda, ni que su admirada Lillian Mayhew es su madre, como tampoco entendemos sus lágrimas en el cine hasta mucho más tarde...
Demostrando, en nulas palabras, que en el habla hemos perdido la capacidad de emocionar, de atender, y lo más importante, de conectar.
(Hasta después se juega con el tema: vemos aparecer a Julianne Moore en 1977 y la creemos Lillian, obviando que pueda ser Rose)
No es ninguna casualidad que Ben busque a su padre y toda la película esté bañada en ese aura paternofilial: ellos son quienes nos instruyen en esta vida, los necesarios guías para encontrar nuestro hueco, y sin ellos un hogar es sólo un lugar muerto.
Pero precisamente, de esos objetos muertos, de esa maqueta a escala de toda Nueva York, de esos lobos corriendo en la nieve artificial del Museo de Historia Natural, se puede contar la historia de una familia amorosa, a la que sólo las palabras han faltado para sostenerse en la distancia.
Nunca importó lo que dijeran, lo que sintieron permanece en lo que crearon, mucho después de que se hayan ido.
Demostrando, en nulas palabras, que en el habla hemos perdido la capacidad de emocionar, de atender, y lo más importante, de conectar.
(Hasta después se juega con el tema: vemos aparecer a Julianne Moore en 1977 y la creemos Lillian, obviando que pueda ser Rose)
No es ninguna casualidad que Ben busque a su padre y toda la película esté bañada en ese aura paternofilial: ellos son quienes nos instruyen en esta vida, los necesarios guías para encontrar nuestro hueco, y sin ellos un hogar es sólo un lugar muerto.
Pero precisamente, de esos objetos muertos, de esa maqueta a escala de toda Nueva York, de esos lobos corriendo en la nieve artificial del Museo de Historia Natural, se puede contar la historia de una familia amorosa, a la que sólo las palabras han faltado para sostenerse en la distancia.
Nunca importó lo que dijeran, lo que sintieron permanece en lo que crearon, mucho después de que se hayan ido.