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Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Voto de Javier Moreno:
8
Drama Ernesto hace un viaje a la provincia argentina de San Luis, a un remoto pueblo en un valle puntano, para recordar su infancia y las circunstancias que han determinado su vida: sus padres se habían exiliado voluntariamente de Buenos Aires para vivir en una comunidad campesina. La llegada de un geólogo español, contratado por el cacique local para buscar petróleo, representa una amenaza para la forma de vida de los campesinos. (FILMAFFINITY) [+]
25 de febrero de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un lugar en la memoria, en la historia, en nuestros hábitos y costumbres. Un lugar en el que amar, descubrir y sentir quién es uno. En el que encontrar, buscar y emprender. Un lugar para ser, un lugar desde el que ser, un lugar entre el cielo y la tierra, entre lo crudo y lo cocido, que nos presente y nos engendre. Un lugar que construir, donde actuar sea indispensable función.

El existencialismo del que hace gala Aristarain no es nuevo ni sorprendente, pero ilumina. Lanza las preguntas más antiguas para intentar saber quiénes somos, de dónde venimos o hacia dónde vamos. Y las pone de relieve porque adentrarse en esas dudas supone vérselas con lo que nos manejamos día a día. ¿De qué otro modo elaborar leyes o construir sociedades sino desde el conocimiento de tus semejantes? ¿De qué otro modo sino desde la experiencia humana, desde la capacidad de crear?

El maravilloso elenco que propone "Un lugar en el mundo" puede desviar nuestra atención sobre las grandes pretensiones universales, y es normal que ocurra. Pocas veces se cuenta con la majestuosidad de José Sacristán en un papel sereno y seguro. Lo de Federico Luppi es de monumento en toda ciudad que se digne amante de las artes escénicas. El argentino borda un papel que viene repitiendo en varias películas, sin salirse mucho del mismo registro, pero que encanta, convence y araña las palabras tal y como los valientes querrían pronunciar. Por su lado Cecilia Roth nos devuelve al humano dolor de la fidelidad, al sentimiento de resignación, a la belleza que sólo unas pocas en la historia pudieron mostrar: la capacidad de herir y enamorar por igual, enseñándonos la crudeza de algunas situaciones y la fuerza con la que afrontar los grandes y severos problemas que atañen a todo el que se atreva a amar.

La película es una descripción de la realidad campesina que sacudió un momento concreto de la Argentina peronista en el momento en que muchos emigraron (entre ellos grandes intelectuales) a otros países o al campo para refugiarse de la política totalitarista reinante. Pero no se centra en el desafío político, sino en la dificultad que suponía enfrentar la cultura a una población iletrada o hacer comprender el significado del empoderamiento popular. Plusvalía, dignidad, trabajo y patria son términos que aparecen para afianzar la fortaleza humana más allá de los esperados acontecimientos sentimentales. Por eso aprendemos a la vez que nos emocionamos.

Mucho más allá de los posicionamientos, el retrato del protagonista es una declaración de intenciones. Las contradicciones a las que se ve uno sometido en el juicio y la acción suelen acompañarnos de tal modo fiel que lamentamos de la inseparable moralidad. Pero también creamos orgullo con ello, todo es cuestión de hacerlo lo mejor posible.

El amor pasa por diferentes fases en menos de dos horas, la ingenua y primera bofetada por un beso, el intransigente deseo de acercarse a quién se marchará, la vocación marchita por la jerárquica maldad de quienes no la tienen. Por eso los destinatarios de ese amor son tan diferentes, desde el trabajador más leal al aventurero desconocido, de la metafísica duda a la inocente niña que nos mira y nos convierte.

Al ver "Un lugar en el mundo" uno experimenta momentos encontrados, acomete las preguntas que el director pone de relieve y se pregunta una vez más ¿Qué significa ser de un lugar? El sentimiento de pertenencia se escucha mucho entre los que nunca se lo preguntaron, y aquí atendemos a un concepto que pasa por vivir, padecer y aprender la tierra de la que uno come, en la que se deja el sudor, a la que debe los momentos tanto felices como dolorosos. Y entonces sabemos lo que es nuestro, o mejor, lo que debemos defender. Es entonces cuando nos despedimos de los personajes, lloramos con ellos y nos sabemos afortunados por haber compartido con ellos este ratito que nos acerca más a la vida.

Disculpad la sensibilidad, pero las verdades se acentúan cuando uno las traza con valentía, todos los días se juegan carreras y duelos a los que asistimos para ganar, para seguir luchando, para seguir siendo. Para todo lo demás, aprendamos a leer.
Javier Moreno
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