La conocida relación profesional que mantuvieron Ford y Wayne fue una de las más prolíficas de la historia del cine, especialmente en películas del oeste. En el único encuentro que mantuvieron con el género bélico de trasfondo, se fueron nada menos que a las islas Filipinas para ofrecer al público la historia de unos militares estadounidenses que se enfrentan a la inevitable derrota ante la ofensiva japonesa en el Pacífico. A John Ford le gustaba todo lo relacionado con los interiores del ejército, además de cineasta, no cabe duda que su patriotismo le llevaba a ensalzar sin complejos las virtudes del estamento militar. Ahí quedan sus películas sobre la caballería y aquí, bajo el aparatoso título con doble negación "No eran imprescindibles" (me gusta mucho más "They Were Expendable"), la imagen de unos soldados que se dirigen inexorablemente a la derrota.

Seguramente no es creíble el excesivo buen rollo que existe entre los mandos y los subordinados, parecen más colegas de universidad que seres humanos enfrentados a la muerte. Y esa exaltación de la valentía del soldado, que se vuelve loco por entrar en combate, que se toma su profesión como un dogma y no tiene signos de debilidad, pues es eso precisamente, una exaltación del ejército desmesurada. Sólo hay que apreciar el constante subrayado de tantas y tantas escenas con la música militar de fondo. Dicho esto, todo lo que es negativo para mí (y ya ni entro en la absurda y prescindible historia de amor), parece que esté dando a entender que se trata de una película prescindible. Pues no, la recomiendo incluso para aquellos que no sienten demasiada atracción por el cine bélico. Pienso que es una película que cuenta con la lógica dosis de acción y tiene todo el interés por observar los movimientos de un elemento tan específico como las lanchas torpederas. Vale la pena por ver a Wayne, eso también, porque por una vez son los estadounidenses los que pierden y porque en sus más de dos horas no hay lugar para el aburrimiento.