Jamás pensé que llegaría a afirmar que Humphrey Bogart es enorme y que se come la pantalla él solito. La manera prosaica de señalar con el dedo de Nicholas Ray tiene la culpa, le da la oportunidad de lucirse y Bogart está a la altura de las exigencias dando vida a un personaje lleno de atractivos. Lo bueno del director es que aprovecha los detalles pequeños para llenar de un contenido inmenso cada rincón, cada minuto, hasta ese final desmedido, puede que previsible, pero igualmente gigante.

Escasos noventa minutos rebosantes de calidad, no es sólo la negritud del género, es la atracción de Bogart y a través de él un ensayo sobre la ira, sobre la mala leche y ese carácter feo que le condena a ser el que es. Lo lleva con dignidad, como tiene que ser, reconoce cómo es, orgulloso, más chulo que nadie, más que violento, más que agresivo y todo eso a la vez, el peor huracán, la peor bomba atómica cuando se desata. Y en el otro extremo enamorado, altivo también, pero extrañamente sentimental, al menos a su manera. Todo gravita a su alrededor inevitablemente. Desde el primer minuto, Ray, en esa presentación insuperable, sabe señalar quién es quién.

Yo también me he quedado con cara de bobo, seguro (estaría bien que me hubieran fotografiado...) Está muy cerca de la perfección. Si alguien busca un cine que ya no se hace, fresco, intenso y recomendable más allá de cinefilias, con "En un lugar solitario" es difícil no quedar satisfecho. No, desde luego tengo claro que a no se hace cine así.

Quiero repetirlo aparte para que quede claro, porque es justo decirlo, al menos aquí: Humphrey Bogart es enorme.