El planteamiento en su inicio, en esa primera media hora, es una maravilla, inmejorable. El gran drama para este tipo de películas, que empiezan de manera tan arrolladora, es que si en su desarrollo flojean un poco y sobre todo, si tiene un final por debajo de las expectativas, el regusto que deja es peor del que debiera. Porque ese arranque es una maravilla, es de diez, una idea que da a pensar muchísimo, y es que hacer historia-ficción no siempre es fácil porque puede resultar a menudo un engendro. Sin embargo la idea original no sólo es muy sugerente sino que además Fritz Lang, que no es don nadie precisamente, sabe apretar lo justo para mantener la intriga y el interés. Camina de la mano de un gran Pidgeon, que en un papel de protagonista total se desenvuelve perfectamente como gentleman inglés.

El problema es no matar adecuadamente la película con una trama tan bien trazada, el problema es perderse en Londres, descubrir que la intriga ya no da para más y que se alarga como un chicle hasta el remate final del que se queja la mayoría (y no sin razón) ¿El año de la realización de la película? Efectivamente, con esa respuesta se dice casi todo, denunciar el régimen nazi era obligatorio, no podía ser de otra manera. Inglaterra agonizaba y los USA tenían medio pie en la guerra... Y además Fritz Lang era un alemán exiliado que dejó de estar atrapado precisamente hasta que emigró. En fin, no le negaré a la película el valor que tiene, pero es que ir de más a menos siempre es peor que al revés.

Casi olvido mencionar a Joan Bennett, y ¿qué decir?, pues que aunque sea en un papel menor siempre se agradece verla, que aparezca en cualquier circunstancia, aunque sea con calzador en esta historia, supone mejorar de repente la película.