Qué manera más tonta de pasarlo mal. Aunque la curiosidad habitual antes de ponerme a ver "El carnaval de las almas" me ha llevado a leer algunas críticas, y por lo tanto ya iba prevenido, no ha servido de atenuador del mal rollo que se ha producido dentro mío. Sabía de qué iba y sabía que puedo ser bastante aprensivo, no lo negaré, suelo evitar ponerme ante una película que a priori es de miedo (porque así la etiquetan): a eso lo llamo yo ser precavido. De "El carnaval de las almas" se desprende un título muy sugestivo y la temida etiqueta, pero he caído, he sido débil y me he colocado ante la pantalla para observar lo que se ofreció nada menos que hace casi 50 años a un público, seguro, temeroso como yo. Yo me he llevado un bofetón.

No es habitual encontrar este tipo de películas, precursoras de tantas ideas nuevas (y buenas) que de una manera u otra se desarrollarán más tarde, con mejor o peor fortuna y de forma brillante a menudo. Porque además de la atmósfera y de los hechos mismos, a parte de esa estética en cantidad de minutos, hay una serie de ideas extrañamente originales. Por eso sorprende ver el año entre paréntesis al lado del título y saber que se hizo, como en otras ocasiones cuando hablamos de calidad, con cuatro duros. La protagonista está impecable y yo, la verdad, me he merecido la tortura de según qué momento de máxima tensión... Y por favor, ese final impecable que tan bien sienta al género.