Tengo un buen amigo que aprecia mucho el trabajo de Koreeda, tanto lo aprecia y tan amigos somos que no hay película que haya visto del director japonés que no haya sido de alguna manera debido a su interés. Y no es que las haya visto todas, pero sí unas cuantas, de manera que estoy en condiciones de decir que no es de las mejores esta última sobre la que escribo, una historia de una muñeca de plástico que no sólo sirve para hacerle el amor falsamente, también sirve para vivir falsamente con alguien que no existe como ser vivo. Hay quien ve en esta historia, que en realidad es sencilla, algo más complejo, y es que Koreeda siempre juega con esa doble interpretación de las cosas, en este caso la sustitución de un objeto inanimado por uno de carne y hueso. Plástico que al final de sus días ni siquiera es reciclable.

Una pena, pero esta vez no. El intento de hacer poesía con una muñeca hinchable puede parecer vulgar, tal vez extraño, eso seguro, pero lo que cuenta es opinar si en esta ocasión se consigue o no. Las rarezas en el siglo actual están a la orden del día. Mi opinión es que como corto hubiera sido un triunfo, o como película corta de setenta minutos tal vez. En esta ocasión se me ha hecho larguísima la película de Koreeda y he perdido tanto el interés por los personajes que al final ya me daba igual que acabara en un contenedor azul o amarillo o simplemente arropada en la casa de alguno de estos diógenes raritos que coleccionan inutilidades. La vida es triste, sí, pero hay maneras bellas de explicarla. Esta vez no...