Machete empieza como un splatter (cine de desmembramientos) acelerado y vacilón con aroma a burrito mejicano y acaba como una serie B vengativa y calmada, obsesionada con sus actrices. Pero aunque Rodríguez parece que improvise (igual que su protagonista) crea una historia divertida y encubra a Danny Trejo como el antihéroe de acción definitivo: duro como el diamante, feo como el infierno y sexy como él solo.

Aunque la película sufra altibajos incomprensibles no importa demasiado. Rodríguez y Maniquis no se toman en serio así mismos –que yo recuerde, Rodríguez pocas veces lo hace- y parece que le pide exactamente eso al espectador. Las frases lapidarias, los numerosos gags –a veces parece una spoof movie, por su concatenación de absurdos- y la larga lista de latinas neumáticas se convierten en el leitmotiv de una cinta que de haber sido dirigida por otros, sencillamente, no hubiera tenido sentido.

Cuando Rodríguez vendió Machete en el falso tráiler de Grindhouse –ahora dicen que no fue un falso tráiler- lo hizo así: “Hay acción, suspense y… emoción”. Pues es lo que hay, pero sobre todo, quien impera es Danny Trejo, una mezcla de Clint Eastwood en Harry el Fuerte (Magnum Force, 1973) y Stallone en Rambo III (1988), que aporta un nuevo peldaño en la escalera de tipos duros: es implacable (como Rambo), y aunque sea muy feo, no es un perdedor, como John McClane (Bruce Willis en Jungla de Cristal). Machete es la metáfora de que los feos se pueden llevar a las guapas (como Harry) y a las feas también, por supuesto, aunque no es este el caso.

Como dice Trejo en un momento del film: “Machete improvisa” y Robert Rodríguez y Ethan Maniquis (su hasta ahora montador) también, pero no les queda nada mal. ¿Puede ser el resurgir de un cine exploitation en las multisalas? Ojalá.