Un hombre como cualquiera de los que andan por la calle en la turbamulta, un hombre como tú o como yo, a quienes nos cuesta el esfuerzo de cada día y necesitamos aferrarnos a algo ardiente, con fuerza para no decaer y volvernos locos. Pues bien, este personaje tiene entre manos un salvoconducto a la felicidad que es una bomba de tiempo: la idolatría a un deportista que él mismo quiso ser alguna vez.

Tras la ciega pasión por el deporte, un montón de fracasos cotidianos, un montón de soledades arrejuntadas sin dirección pero con un instante de paz: el que se podrá tener cuando se esté en butaca preferente en el mejor partido, en cualquier partido.

En medio, el trabajo que no cunde, el amor que se ha fugado como agua entre los dedos, un hijo incomprensible y la ansiedad por estar en todas partes pero sobre todo allí: cerca, enfrente, mano a mano con mi querido, adorado, idolatrado, amadísimo... campeón.

Da igual si es béisbol, rugby o fútbol: por semejante pasión desfilan millones de personas en todos el mundo y bastantes más de las deseables han llegado a matar a causa de ese amor irracional con que vuelcan sus terribles insatisfacciones.

Bajo la apariencia de un divertimento sin importancia se articula una película muy buena en la que Bobby compone un personaje extraordinario: desde su desesperación a la claridad con la que actúa como una bestia, desde su cruel impotencia a su fragilidad. Wesley Snipes y Ellen Barkin impactan. Benicio del Toro está de paso. Todos juntos han participado en una película trepidante llena de elementos de intensa emoción.