Eva es una chica de 33 años que decide quedarse en Madrid durante la primera quincena de agosto con la intención de reflexionar y vivir las interioridades de verano en su ciudad hasta ahora poco conocidas. Eva nos acompañará en una experiencia cercana e inmersiva por las calles, las verbenas y la gente de algunos barrios de la ciudad en una especie de diario que irá descubriendo una mujer a la deriva enfrentada a la voluntad de ser "una persona de verdad".
La búsqueda de esta verdad esencial es el hilo conductor de una realización hecha con mucho cariño, con unos diálogos y unas escenas sin ningún tipo de artificio y que con una apariencia de intrascendencia absoluta se acerca a la sabiduría más profunda. Jonas Trueba quiere llegar al espíritu de la persona mostrándonos un alma desorientada que deja que el tiempo y los acontecimientos fluyan con total naturalidad. El director hace suya aquella estrujada dicha de llegar a lo global a partir del más local y consigue hacer creíble un personaje que a partir de experiencias singulares se plantea todo lo que la mayoría de mortales y en concreto las mujeres acaban planteando alrededor del amor y la misma vida.
Estamos ante un cine de autor con pretensiones de estimularnos desde la ternura y la sensibilidad con una propuesta que huye deliberadamente del impacto y nos sorprende con unas caricias cargadas de buenas intenciones. El único reproche que le puedo hacer es que se abusa un poco de un simbolismo demasiado espiritual y propio de una cultura muy concreta en lugar de quedarse en una emotividad racional e intensa más universal. Sin embargo el balance es plenamente positivo después de haber disfrutado intensamente esta propuesta de un cine encantador y mágico, y mucho más después de haber escuchado al mismo director dentro de la programación de Screenbox-Lleida (7)
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