"Gertrud" es el testamento cinematográfico de ese genio llamado Carl Dreyer. La rodó once años después de "Ordet", cuando ya era anciano y estaba torturado por feroces depresiones.

En "Gertrud" (que, como "Ordet", se trata de la adaptación de una obra literaria que supera con creces al original) se concitan algunas de las influencias más queridas de Dreyer: el teatro de ideas escandinavo, la música romántica y unas referencias pictóricas que se nutren, en última instancia, de las delicadísimas composiciones de Johannes Vermeer. La confesión de la protagonista se aprovecha de una puesta en escena despojada y reducida a lo imprescindible; el tedio de una existencia conyugal sin alicientes servirá a Gertrud como acicate de los recuerdos, que son su refugio y su liberación. Dreyer completa así una película recorrida por una secreta delicadeza que logra iluminar los pliegues más recónditos del sentimiento, a la vez que rescata aquel espíritu grandioso, cósmico, de las tragedias griegas.

Dreyer culmina su filmografía con una reflexión sobre el amor y la soledad. Como él mismo comentaba: "lo importante para mí, no es sólo captar las palabras que se dicen, sino también los pensamientos que están detrás de las palabras". Y lo consigue rotundamente con un estilo muy elocuente en su sobriedad, con palabras y silencios, y un dominio del espacio cinematográfico impresionante.