Las largas y desiertas carreteras de algunas zonas de los Estados Unidos siempre han dado mucho juego para el suspense. “El diablo sobre ruedas” es uno de los mejores ejemplos. Son lugares aislados durante muchos kilómetros en los que podría pasar de todo sin tener ayuda, sobre todo en los 80 cuando se desarrolla la película, ya que todavía no había móviles.
Mi nota puede parecer un poco exagerada, pero escribo esta crítica desde la memoria, y recuerdo el agobio que me produjo verla por primera vez, cuando todavía estaba lejos de estar saturado de ver títulos de un género que suele ser un poco repetitivo y predecible.
Las argucias de este psicópata, que siempre se las apaña para que el protagonista no pueda salir de esta pesadilla, me hicieron odiarle y pasarlo tan mal como bien mientras la veía.
Y es que Rutger Hauer tenía un carisma especial en este papel de malvado autoestopista. Con historias como esta, uno se lo piensa mucho al intentar hacer un favor a un desconocido, por mucha cara de buena gente que tenga.
En fin, la película es una montaña rusa de tensión y situaciones agobiantes, en la que si te metes mucho puedes llegar a pasar nervios y tensión junto con el protagonista, que también actúa bastante bien.
Tal vez no sea para tanto, pero la tengo un poco mitificada porque la vi muy joven.
El “remake” con Sean Bean no le llega a la suela de los talones, aunque sea simplemente porque es una mera fotocopia del guion, sin apenas cambios.