"Los Tenenbaums" es un Wes Anderson más fluido, cercano y accesible que en lo que, años después, se convertiría, aunque aquí ya gozaba de toda la extravagancia del mundo, de todo el ingenio y de toda su única, intransferible e inabordable personalidad.

Ojo, también sufría de algunos de sus defectos, como pasarse demasiado de vueltas, llevar el absurdo tan lejos que, en ocasiones, resulta inalcanzable, la construcción de unos personajes poco desarrollados y la elección de un reparto muy descompensado. A propósito, soy incapaz de comprender cómo un cineasta puede querer en su película a Gene Hackman y al mismo tiempo a Ben Stiller y Owen Wilson.

En relación a ello, los personajes van parejos al talento de sus intérpretes, salvo en el caso de una Anjelica Huston a la que nunca le dan la cuerda que merece. El resto, cuadra a la perfección, como Gwyneth Paltrow, que cumple con corrección porque su personaje es tan pasota como ella, o los anteriormente nombrados, cuyos cometidos son puro relleno en una película que es de Don Royal Tennenbaum, genio y figura, interpretado por el mejor Gene Hackman que han visto estos ojos que los gusanos se han de comer. Y para él, párrafo aparte.

Tanto el personaje como la interpretación van de la mano, uno es perfecto porque la otra lo es también, y viceversa. Es una unión magnánima. Él, y sólo él, es el artífice de que "Los Tenenbaums" sea una comedia deliciosa, relevante y mordaz, ya que el resto de personajes están extremadamente supeditados a él. A ese ser mentiroso, interesado, golfo, egoísta, racista, ruin y seguro que también de derechas. Un compendio de todo lo peor y que, sin embargo, con esa carita de abuelo travieso y ese talento para el enredo, porque hasta para eso hay que tener talento, no puedes hacer nada más que rendirte a sus pies.

Y más aún con ese pedazo de final.