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70
Cine negro
Un veterano de guerra que regresa a su hogar visita a la viuda de un compañero caído y acaba enamorándose de ella. (FILMAFFINITY)
1 de abril de 2024
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Vaya por delante que “Aves de rapiña” resulta mucho mejor como guion que como historia, porque la historia es tramposa y avanza a cuenta de algunos comodines hilvanados con alfileres que no impiden, sobre todo al final, incurrir en el descosido.
Pero como decía Godard, basta una chica y una pistola para hacer cine y aquí palpamos cine -serie B- del bueno, de aquel que ya se nos ha olvidado, cuando una película duraba ochenta minutos, de cuando en los primeros cinco se nos había plantado el marco y definido los personajes, de los diálogos mordaces a la velocidad de un ping-pong punzante, de las nenas que recibían y soltaban guantadas con la misma mueca que recibían y repartían los besos.
La vertiginosidad de la historia, la mudanza de los escenarios y la irrupción de personajes no logran, sin embargo, transmitir toda la credibilidad que la historia requiere y no por imposible –los anales reales de lo fraudulento superan lo ficticio- sino más bien por la ligereza de los personajes más asemejados caricaturescamente al hard boiled de papel que al cine, pero falta ese calado psicológico entre la fatalidad y la perdición que posee la negrura de los Chandler y los Hammett.
De lo mejor, los replicantes diálogos de sarcasmo entre (el soso) Payne y la impagable Winters. Si bien Dureya cumple siempre como magnífico canalla reconozcamos que ofrece más como truhan de relleno que de cerebro criminal.
No tan mejor. La precipitación, tan común a la serie B, en despachar un conflicto, que se enrevesa en los últimos cinco minutos, en el minuto final y que, en este caso, lo hace con un desenlace abierto que rebaja el empaque de film de cine negro a mero cine de hampones.
Pero entretiene.
Pero como decía Godard, basta una chica y una pistola para hacer cine y aquí palpamos cine -serie B- del bueno, de aquel que ya se nos ha olvidado, cuando una película duraba ochenta minutos, de cuando en los primeros cinco se nos había plantado el marco y definido los personajes, de los diálogos mordaces a la velocidad de un ping-pong punzante, de las nenas que recibían y soltaban guantadas con la misma mueca que recibían y repartían los besos.
La vertiginosidad de la historia, la mudanza de los escenarios y la irrupción de personajes no logran, sin embargo, transmitir toda la credibilidad que la historia requiere y no por imposible –los anales reales de lo fraudulento superan lo ficticio- sino más bien por la ligereza de los personajes más asemejados caricaturescamente al hard boiled de papel que al cine, pero falta ese calado psicológico entre la fatalidad y la perdición que posee la negrura de los Chandler y los Hammett.
De lo mejor, los replicantes diálogos de sarcasmo entre (el soso) Payne y la impagable Winters. Si bien Dureya cumple siempre como magnífico canalla reconozcamos que ofrece más como truhan de relleno que de cerebro criminal.
No tan mejor. La precipitación, tan común a la serie B, en despachar un conflicto, que se enrevesa en los últimos cinco minutos, en el minuto final y que, en este caso, lo hace con un desenlace abierto que rebaja el empaque de film de cine negro a mero cine de hampones.
Pero entretiene.