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España España · malaga
Voto de alvaro:
5
Drama Hilda Crane vuelve a Nueva York, con dos divorcios a sus espaldas. Se casa con un pretendiente, un constructor de éxito, con una madre propensa a exagerar sus síntomas. Ésta le ofrece 50.000 dólares por no casarse con su hijo, y cuando rechaza el soborno, la mujer muere de un infarto. Olvidada por su marido, Hilda se da a la bebida y trata de suicidarse con barbitúricos. Salvada in extremis, su marido volverá a ella. (FILMAFFINITY)
30 de octubre de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admito mis reparos por el teatro filmado y aun reconociendo muestras excelentes como son “La soga” (1948), “Doce hombres sin piedad” (1957) o La huella (1972) de tramas apasionantes e interpretaciones bordadas, todas se me antojan una buena filmación de una sesión teatral, pero no propiamente cine, porque el lenguaje esencialmente cinematográfico (cámara, imagen, tiempo) está subordinado si no sustituido por el lenguaje oral: una copiosidad verbal que termina por suplantar la narración propiamente fílmica. La cámara queda delimitada por el escenario, lo que condiciona el plano, esto determina el montaje y el tiempo se ve afectado.

Hilda Crane, pese al esfuerzo de la producción por “exteriorizarnos” algunas de las secuencias, se resiente del confinamiento escénico que impone un argumento dialogado que versa sobre un tema cuya presunta incomodidad pretende ser la mejor de sus bazas, pero que en 1956 no resulta tan palpitante ni tan escandaloso como sugiere la película. Y hoy, desde luego, algo insulso.

La denuncia de la hipocresía en las convenciones burguesas de la América de los cincuenta retratada en los devaneos de una divorciada, algo talludita (y algo extraviada, todo hay que decirlo), deshojando la margarita entre dos antiguos pretendientes no nos parece insólito en la sociedad estadounidense de los cincuenta. Recordemos que del mismo año data la “indecente” Baby Doll… que además de unas cuantas candidaturas a los Óscar consiguió poner de moda los insinuantes camisones rabicortos.

Así que resulta probable que su oportunidad pueda explicarse en el contexto del boom y prestigio del teatro en el cine del que gozaron estas adaptaciones en los cincuenta.
Y al hilo de la anécdota sobre Baby Doll, quizá Tennessee Williams tenga que ver con el teatro filmado o, más precisamente, con sus excesos. Si bien este subgénero se ha cultivado desde el cine mudo, el dramaturgo logró colocar nada menos que diez títulos de éxito entre 1950 y 1960. Directores consagrados (Kazan, Mankiewicz, Brook, Huston) y actores tan reputados como “metódicos” (Brando, Leigh, Newman, Cliff) nos inundaron los cines de introspectivos personajes sufrientes, tan sensibles como victimados, moviéndose en hogares y familias asfixiantes en torno al aura de una madre edípica. A propósito, el día que confeccionemos la relación de películas sobre el conflicto edípico nos sale un tour de Filmaffinity.

Hilda Crane encajaba en esta moda de dramaturgia filmada, pero ni Philip Dunne es Mankiewizc ni Samson Raphaelson es T. Williams, tampoco las actuaciones tienen el glamour que emanaban las stars system filtradas por Strasberg. Jean Simmons está discreta, Jean Pier Aumont anodino y Guy Madison olvidable, como siempre.
En definitiva una producción aceptable en lo formal, correctamente filmada, pero falta emoción narrativa y alma cinematográfica.
alvaro
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