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Voto de José (FullPush):
8
7.4
39,727
Romance. Drama
Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. Adaptación de la novela gráfica "Blue", de Julie Maroh. (FILMAFFINITY) [+]
12 de diciembre de 2014
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crítica instructiva:
Ya sea el amor una apuesta pascaliana, una ficción lingüística, una convención social o un ideal por el que hay que batallar, lo cierto es que cualquier palabra está de más a la hora de acotar y definir ese inefable agente que nos somete a su antojo para devolvernos un reflejo de la sed y la dependencia. A amar se aprende amando, ciertamente, y las cosas no son como las pintan las comedias románticas o los libros de autoayuda (¡gracias a Dios!). Supongo que somos mayorcitos para creer en cantos de sirena y que la vida poco a poco nos habrá enseñado los colmillos para no creer a estas alturas que todo es fácil, que el amor todo lo puede, que el conflicto entre personas es caquita y hace daño... No, si antes he dicho "batallar" no fue por gusto, sino porque al margen de la idealización que realicemos en torno a este concepto vital, la lucha siempre existe, como existe el eterno dilema entre resbalar alegremente por la vida o convertirse en un motor de lágrimas, y es que los humanos somos muy de extremos. Sin embargo, la clave, creo, consiste en conocerse, no tanto en conocer al otro, que ha de permanecer en cierto modo misterioso, siendo un Otro, como digo, pues la convivencia es traicionera y eso de ser sinceros hasta el insulto una gilipollez. Comedias y silencios, que se dijo en su momento, el amor es estrategia sin quererlo.
Toda esta introducción para presentar a Adèle, una jovenzuela que comienza su andadura en los dominios del amor, el del inicio, el que se gesta desde la inocencia, la curiosidad y la ignorancia, el que deja huella y quema, quema, quema, en suma. Hace falta un rodaje, anunciábamos, y es un error común del grueso social aborregado pensar que lo que nos falte humanamente será lo que nos venga a regalar nuestra pareja, como si existiera aquello de almas gemelas que se complementan e historias varias para no dormir de los suspiros y la espera principesca. Pero no, sabemos que las relaciones duraderas son así porque claudicamos día a día, poco a poco, en pos de una comprensión que el mundo mira raro, tal es el empuje acomodaticio que se nos sugiere... Al hacer del amor una transacción más, el producto personal es reemplazable por las mismas leyes del mercado en el momento que no estemos satisfechos con su rendimiento. ¿Y quién está contento? ¿Alguien? Sólo los idiotas. El estado natural del ser humano es la insatisfacción, la intriga, la búsqueda, pero ¿de qué? ¿Acaso hay algo que encontrar? Son estas preguntas las que uno debería formularse alguna vez en su vida intentando exprimir su más profundo sentido, que será el que cada uno le dé, claro, si bien la esencia es parecida: somos niños mimados.
De este modo, a base de insistir en que "la cosa" debe funcionar según parámetros establecidos por el imaginario social, nos volvemos locos ideando alternativas que son sueños imposibles, reductos utópicos en que la gente se lo pasa bien constantemente y no conoce el sufrimiento, por lo que la respuesta es retirarse, exigir garantías al inicio e indemnizaciones postraumáticas. Pero ¿qué vas a garantizar en un mundo que es cambiante, donde la monotonía emocional es un estadio último de mucha ingeniería psicológica? Es fácil ver, en consecuencia, lo limitado de las relaciones humanas, las cantidades ingentes de seguridad en uno mismo que supone estar a gusto con otra persona que te invada y colonice. Hay que aprender a mentir por el bien de los dos, mantener esa distancia paradójica que requiere la simbiosis no parasitaria. Comedias y silencios, repito, y no es sermón de iglesia, es sólo una opinión muy necesaria cuando miro el panorama de egoísmo que reclama la atención y rellenar esos vacíos que compete a cada uno rellenar. Si no tienes nada dentro, colega, ¿cómo vas a mantener la llama que se apaga sin remedio? Tendrás que ser primero un fuego, aprender a hablar desde muy lejos, como fruta madura que se ofrece para compartir conocimiento. Y luego, obviamente, están los cuerpos, que también hablan.
Ya sea el amor una apuesta pascaliana, una ficción lingüística, una convención social o un ideal por el que hay que batallar, lo cierto es que cualquier palabra está de más a la hora de acotar y definir ese inefable agente que nos somete a su antojo para devolvernos un reflejo de la sed y la dependencia. A amar se aprende amando, ciertamente, y las cosas no son como las pintan las comedias románticas o los libros de autoayuda (¡gracias a Dios!). Supongo que somos mayorcitos para creer en cantos de sirena y que la vida poco a poco nos habrá enseñado los colmillos para no creer a estas alturas que todo es fácil, que el amor todo lo puede, que el conflicto entre personas es caquita y hace daño... No, si antes he dicho "batallar" no fue por gusto, sino porque al margen de la idealización que realicemos en torno a este concepto vital, la lucha siempre existe, como existe el eterno dilema entre resbalar alegremente por la vida o convertirse en un motor de lágrimas, y es que los humanos somos muy de extremos. Sin embargo, la clave, creo, consiste en conocerse, no tanto en conocer al otro, que ha de permanecer en cierto modo misterioso, siendo un Otro, como digo, pues la convivencia es traicionera y eso de ser sinceros hasta el insulto una gilipollez. Comedias y silencios, que se dijo en su momento, el amor es estrategia sin quererlo.
Toda esta introducción para presentar a Adèle, una jovenzuela que comienza su andadura en los dominios del amor, el del inicio, el que se gesta desde la inocencia, la curiosidad y la ignorancia, el que deja huella y quema, quema, quema, en suma. Hace falta un rodaje, anunciábamos, y es un error común del grueso social aborregado pensar que lo que nos falte humanamente será lo que nos venga a regalar nuestra pareja, como si existiera aquello de almas gemelas que se complementan e historias varias para no dormir de los suspiros y la espera principesca. Pero no, sabemos que las relaciones duraderas son así porque claudicamos día a día, poco a poco, en pos de una comprensión que el mundo mira raro, tal es el empuje acomodaticio que se nos sugiere... Al hacer del amor una transacción más, el producto personal es reemplazable por las mismas leyes del mercado en el momento que no estemos satisfechos con su rendimiento. ¿Y quién está contento? ¿Alguien? Sólo los idiotas. El estado natural del ser humano es la insatisfacción, la intriga, la búsqueda, pero ¿de qué? ¿Acaso hay algo que encontrar? Son estas preguntas las que uno debería formularse alguna vez en su vida intentando exprimir su más profundo sentido, que será el que cada uno le dé, claro, si bien la esencia es parecida: somos niños mimados.
De este modo, a base de insistir en que "la cosa" debe funcionar según parámetros establecidos por el imaginario social, nos volvemos locos ideando alternativas que son sueños imposibles, reductos utópicos en que la gente se lo pasa bien constantemente y no conoce el sufrimiento, por lo que la respuesta es retirarse, exigir garantías al inicio e indemnizaciones postraumáticas. Pero ¿qué vas a garantizar en un mundo que es cambiante, donde la monotonía emocional es un estadio último de mucha ingeniería psicológica? Es fácil ver, en consecuencia, lo limitado de las relaciones humanas, las cantidades ingentes de seguridad en uno mismo que supone estar a gusto con otra persona que te invada y colonice. Hay que aprender a mentir por el bien de los dos, mantener esa distancia paradójica que requiere la simbiosis no parasitaria. Comedias y silencios, repito, y no es sermón de iglesia, es sólo una opinión muy necesaria cuando miro el panorama de egoísmo que reclama la atención y rellenar esos vacíos que compete a cada uno rellenar. Si no tienes nada dentro, colega, ¿cómo vas a mantener la llama que se apaga sin remedio? Tendrás que ser primero un fuego, aprender a hablar desde muy lejos, como fruta madura que se ofrece para compartir conocimiento. Y luego, obviamente, están los cuerpos, que también hablan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Crítica lírica:
De La vida de Adèle me interesan, sobre todo, dos cosas: el miedo y la ausencia. Por el miedo a la ausencia se cometen las traiciones que precipitan un final. No es que lo queramos, es que el hecho de depositar toda nuestra fuerza en algo fluctuante nos sumerge en temporadas muy dudosas. Y ahí estamos, con la cabeza dentro del agua intentando gritar y que nos oigan, pero nadie viene a rescatarnos. El Otro es más otro que nunca y no lo entendemos, no entendemos por qué no tiene idea —debería saberlo, ¿no?— de lo que nos pasa por culpa de lo que sea que le pase. Las cosas han cambiado y no nos gusta, se estaba muy bien como estábamos antes, siempre antes, cuando estábamos bien, siempre bien, ¿por qué no estamos bien? Comienza aquí la labor de las termitas, el sinsabor del que se dinamita por dentro sin encontrar una salida cuando eres tú, solamente tú, quien se ha metido en ese pozo, quien propicia la caída hacia ese fondo que parece redentor tan sólo porque es negro y no se sabe lo que hay tras su negrura, acaso la paz que tanto buscas aun sabiendo que esa paz será ficticia, que la lucha continúa y corresponde a cada uno levantarse para hablar con sus demonios. El diálogo está infravalorado, me parece, en estos tiempos de incomunicación donde prima lo instantáneo y la conclusión bien mascadita, la vía fácil, en resumen.
Pero el miedo no distingue, ataca y vence por complejo de debilidad que no se ha puesto a prueba, por vagancia emocional que dice ser romántica, simple y llana cobardía del que se siente solo y no sabe por qué pero sabe que es pasajero y aun así se lanza de cabeza a destrozar lo que ya tiene por el miedo de perderlo, ¿me sigues? Porque esto sigue... el terror de los fantasmas de la psique enamorada no descansa, hay que haber conocido esos infiernos para ver más claro, para ver siquiera cómo son las cosas si se afrontan con la importancia que merecen tras un filtro que decanta las pasiones y separa el tóxico parduzco que ennegrece el corazón. No es amor lo que devasta, es tu mente trasnochada por el miedo, es el peso de una ausencia que se palpa allá a lo lejos, sonríendo sabedora de su efecto entre las noches solitarias con almohadas que conservan las figuras. Adèle es joven todavía y tiene miedo, se entrega por completo a su conquista y su trofeo, quiere que le dure para siempre y tiene miedo, siempre miedo a que le falte, a que le cambie sin aviso entre los dedos que acarician un recuerdo en formación. Y es que la nostalgia exhibe un poder embaucador impresionante que alimenta las traiciones y el final precipitado por nosotros, ese momento en que evocamos cercanías ya perdidas de los cuerpos; su calor*. El eterno resplandor de los colores y del fuego en esa cama que fue reino y que fue templo improvisado de los dioses: jóvenes atolondrados en amor, pero con miedo.
--
*Las escenas de cama adquieren aquí su absoluta significación.
De La vida de Adèle me interesan, sobre todo, dos cosas: el miedo y la ausencia. Por el miedo a la ausencia se cometen las traiciones que precipitan un final. No es que lo queramos, es que el hecho de depositar toda nuestra fuerza en algo fluctuante nos sumerge en temporadas muy dudosas. Y ahí estamos, con la cabeza dentro del agua intentando gritar y que nos oigan, pero nadie viene a rescatarnos. El Otro es más otro que nunca y no lo entendemos, no entendemos por qué no tiene idea —debería saberlo, ¿no?— de lo que nos pasa por culpa de lo que sea que le pase. Las cosas han cambiado y no nos gusta, se estaba muy bien como estábamos antes, siempre antes, cuando estábamos bien, siempre bien, ¿por qué no estamos bien? Comienza aquí la labor de las termitas, el sinsabor del que se dinamita por dentro sin encontrar una salida cuando eres tú, solamente tú, quien se ha metido en ese pozo, quien propicia la caída hacia ese fondo que parece redentor tan sólo porque es negro y no se sabe lo que hay tras su negrura, acaso la paz que tanto buscas aun sabiendo que esa paz será ficticia, que la lucha continúa y corresponde a cada uno levantarse para hablar con sus demonios. El diálogo está infravalorado, me parece, en estos tiempos de incomunicación donde prima lo instantáneo y la conclusión bien mascadita, la vía fácil, en resumen.
Pero el miedo no distingue, ataca y vence por complejo de debilidad que no se ha puesto a prueba, por vagancia emocional que dice ser romántica, simple y llana cobardía del que se siente solo y no sabe por qué pero sabe que es pasajero y aun así se lanza de cabeza a destrozar lo que ya tiene por el miedo de perderlo, ¿me sigues? Porque esto sigue... el terror de los fantasmas de la psique enamorada no descansa, hay que haber conocido esos infiernos para ver más claro, para ver siquiera cómo son las cosas si se afrontan con la importancia que merecen tras un filtro que decanta las pasiones y separa el tóxico parduzco que ennegrece el corazón. No es amor lo que devasta, es tu mente trasnochada por el miedo, es el peso de una ausencia que se palpa allá a lo lejos, sonríendo sabedora de su efecto entre las noches solitarias con almohadas que conservan las figuras. Adèle es joven todavía y tiene miedo, se entrega por completo a su conquista y su trofeo, quiere que le dure para siempre y tiene miedo, siempre miedo a que le falte, a que le cambie sin aviso entre los dedos que acarician un recuerdo en formación. Y es que la nostalgia exhibe un poder embaucador impresionante que alimenta las traiciones y el final precipitado por nosotros, ese momento en que evocamos cercanías ya perdidas de los cuerpos; su calor*. El eterno resplandor de los colores y del fuego en esa cama que fue reino y que fue templo improvisado de los dioses: jóvenes atolondrados en amor, pero con miedo.
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*Las escenas de cama adquieren aquí su absoluta significación.