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Voto de Antonio Morales:
7
Drama En plena guerra civil española (1936-1939), los bombardeos amenazan con destruir el Museo del Prado. Cuando las autoridades ordenan la evacuación de las obras de arte, Manuel, un celador del Museo, encuentra un autorretrato de Goya perdido durante el traslado. El joven no duda en proteger el cuadro, incluso poniendo en peligro su vida y la de su familia. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo afirma el profesor Miralles, un entrañable funcionario experto en arte y hombre al que idolatra Manuel (Gabino Diego), un joven idealista celador del Museo del Prado que encuentra abandonado un autorretrato de Goya, obra de un valor incalculable, durante el traslado de los cuadros de Madrid a Valencia para salvarlos de los bombardeos, su intención es protegerlo y retornarlo cuando acabe la contienda. Esta emotiva fábula se le ocurrió al cineasta Mercero, tras leer una biografía sobre Manuel Azaña en la que aludía al traslado de nuestro tesoro artístico. Según palabras textuales de Hazaña: “Las obras del Museo del Prado” eran más importante que la república y la monarquía”.

Una película emotiva y tierna que habla de gente sencilla, humilde, una historia sobre la cotidiana vida en una gran ciudad sitiada por la Guerra Civil. Ambientada en Noviembre de 1936. A partir de ese momento, la trama se centra en la lucha personal que sostiene Manuel, ayudado por la joven Carmen (Leonor Watling) que perdió a su familia en un bombardeo, y junto a un abuelo anarquista y pintoresco, Melquiades (Luis Cuenca), para mantener intacta la obra maestra de Goya, frente a un mundo de horror, sangre y violencia que conlleva una guerra.

Asimismo, el espectador asiste a una serie de sucesos paralelos: bombardeos sucesivos que destruyen tanto la ciudad como la moral de sus habitantes, un idilio entre los dos protagonistas y la partida de él hacia el frente para luchar por la república. El film lleva el título de uno de los eslóganes que más se oía por la radio entonces: “La hora de los valientes”. Dentro de la barbarie, Mercero nos cuenta otras historias mínimas al devenir del lienzo. Como la vida de los niños y sus juegos imitando a los mayores, destacando Pepito, hijo de la sufrida tía viuda de Manuel, Flora (Adriana Ozores) una mujer fuerte que no se amilana ante las alimañas que la acosan.

La secuencia en que los aviones franquistas lanzan panes sobre el Madrid republicano, es terrible, por lo dura que resulta, reflejando la penuria y el hambre que sufrieron sus habitantes. Con una ambientación extraordinaria gracias a Gil Parrondo, la descripción de la estación de metro de Atocha, donde se refugiaba la gente en los bombardeos, con sus enseres los adultos y sus juguetes los niños, es de un realismo apabullante. El argumento del film es ficticio, ya que nunca existió tal pérdida del cuadro, pero el cuidado de ese anónimo empleado es una metáfora, de la trascendencia nunca del todo reconocida, que el Gobierno de la República dio a la salvación de las obras maestras del museo. Ver las paredes del museo desnudas de cuadros, produce desolación, tristeza y melancolía. Y es que, el cine, además de contar historias y emocionar, debe también provocar reflexiones éticas.
Sigue en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antonio Morales
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